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Voto de Francisco:
7
Thriller. Drama Francisco Paesa (Eduard Fernández), ex agente secreto del gobierno español, responsable de la operación contra ETA más importante de la historia, se ve envuelto en un caso de extorsión en plena crisis de los GAL y tiene que huir del país. Cuando regresa años después está arruinado. En tales circunstancias, recibe la visita de Luis Roldán (Carlos Santos), ex Director General de la Guardia Civil, y de su mujer Nieves Fernández Puerto ... [+]
24 de septiembre de 2016
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puedes renegar de tu familia, sentir desprecio por ella, pero no podrás borrar jamás que es tu propia familia. España, país de putas, trileros, compadres, gitanos, payos, vendedores, viciosos, camellos, listos de tres al cuarto, enchufados, niñatos, extranjeros, delincuentes sin rejas y abogados a medio titular. España, país de terrazas, alegría, belleza en quince tonos de piel, imbéciles no somos —otra cosa será el fin que buscamos—, España de idealistas, de niños bien que cagan arte exquisito. España, país donde el maricón se siente libre, donde existe cierta permeabilidad entre clases, donde cada mendigo tiene derecho a su borrachera diaria para olvidarse a sí mismo. España, país de ladrones, de remiendos sobre las coderas de las chaquetas, de puños en alto aburguesados. España. Mi España. Tu España. Nuestra España.

Así es que ya va siendo hora de que le pongas acento de aquí (español, a secas) al cine que siempre has envidiado, hecho en algún lugar lejano y que a buen seguro comenzaste a ver doblado. Esto —antes— era una panda de niños de biblioteca y “moernas” bien vendidas. Ya, ya era hora que el tipo listo de la biblioteca bajase a la esquina a pillar, a timar al camello, a quedarse con un pelotazo de felicidad. A mezclarse con los de su edad y confundirse entre los de su talento. A hablar de cosas de verdad, de las que nos definen a todos y cada uno de nosotros. Esto no será jamás una democracia, ni será nunca un país de pelotas heladas a lo escandinavo ni tampoco una jaula de grillos en silencio afrancesado. Tampoco vestiremos tan horteras como el buen borracho inglés ni follaremos como dicen que dicen que folla la retórica del italiano. Tampoco haremos coches tan buenos como la industria automovilística germana solía hacer ni iremos sobreviviendo por todo el mundo tan bien como lo han hecho siempre los irlandeses. Pero esto —algún día y de alguna irreprochable manera— terminará por ser un país, con la falta de decencia que tanto nos caracteriza, sí, pero un país.

Para ello es necesario que en la pantalla los niños vean de qué materia estamos hechos realmente y necesitamos para ese fin que los carniceros de la realidad descuarticen en escenas y películas veraces cada uno de los entresijos que nos forman. Y nos ayuden a entendernos de puertas para adentro, y ese camino no nos lo van a marcar únicamente el niño "pijales" que se va a Tokio o a Brooklyn a hacer nuevos amigos. No, ese niño privilegiado sólo le pondrá la guinda al trasto. Las verdades —únicamente por si a alguien le interesa la verdad— nos las irán contando los que se mezclan con los dos o tres que manejan el cotarro nacional, bajan a buscar su dosis en la esquina, se sientan en la mesa con políticos tramposos, huelen en su cama el rastro que dejan las imponentes mujeres de aquí y forman obras de verdad que definen un país tan complejo como su propia historia. Hay camino, señores, y se está haciendo al caminar.

Son los párrafos que nos dejan las maneras con las que Alberto Rodríguez proyecta en la pantalla su última película. El guión, que firma con Rafael Cobos como viene siendo habitual, presenta una precisión y una coherencia dignas de elogio. Pero si en algo destaca “El hombre de las mil caras” es en su ritmo, que recuerda por momentos a los primeros y magníficos largometrajes de Guy Ritchie, aunque haciéndolo a través de una trama de espionaje con un trasfondo político bastante conocido de los años noventa, dándole de este modo una vuelta de tuerca más que interesante al género del thriller sin perder ni un ápice de rigor ni de seriedad en ningún momento. Por si fuese poco, se ver caer continuas pinceladas de humor sobre el metraje. La narración en off de Jesús Camoes (un más que correcto José Coronado) sirve de timón para agilizar lo enrevesado de ciertas partes del guión, desvelando las cartas en algunas —que no todas— las ocasiones. Solvencia “in crescendo” para Carlos Santos en un papel con un riesgo elevado; impasible, tenaz y sobrio Eduard Fernández, suficiente Marta Etura y breve debut del aura de Alba Galocha.

Por lo tanto, parece seguir con paso firme su carrera Alberto Rodríguez, referente ya de esa corriente de género que tan bien han ido defendiendo a lo largo de los últimos años el ecléctico Mariano Barroso, el infravalorado Jorge Sánchez-Cabezudo, el gran Enrique Urbizu y, muy recientemente, el prometedor Raúl Arévalo.
Francisco
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