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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
7
Terror. Fantástico Anna (Bel Powley) es una joven que se pasó toda su infancia encerrada en el desván, bajo el cuidado de un misterioso hombre al que conocía como papá (Brad Dourif). Un día la sheriff del pueblo, Ellen Cooper (Liv Tyler) libera a Anna y la ayuda a comenzar una nueva vida acogiéndola en su casa, pero las pesadillas de la infancia sobre unos monstruos comeniños llamados "Wildlings" interrumpen la posibilidad de una vida normal de la pequeña Anna. (FILMAFFINITY) [+]
24 de septiembre de 2022
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«Érase una vez»… así da comienzo «Wildling» (2018), la ópera prima del realizador alemán Friz Böhm, quien se mete de lleno en el berenjenal de uno de los temas más abordados en la historia de la literatura, y, como no, del arte cinematográfico. En tal tesitura, el desafío no reside tanto en trabajar algo sobre lo que el público ya tiene experiencia, especialmente en el campo del terror, sino en qué y cómo enfocar la perspectiva narrativa para, por lo menos, realizar un producto que esté a la altura de tantos y tantos relatos que, de niños primero, y después en obras literarias, musicales, pictóricas…, nos han hecho entrega del testigo o herencia del imaginario colectivo sobre los lobos, los hombres lobo… y todo el responsorial legendario que alrededor de todas estas criaturas se ha generado, y enriquecido al paso de las generaciones.

Como las del lobo de «Caperucita», el de las «Siete Cabritas», el de los «Tres Cerditos»… o los lobos de otras historias, incluyendo todos los artefactos, parejos y adláteres, creados por la industria cinematográfica a lo largo de su historia, en esta película, nada más empezar, tenemos al veterano y espléndido Brad Douriff («Daddy») que le cuenta a una niña, a la que tiene prisionera en un ático, la historia de unos seres (los «wildings») de afiladas uñas y colmillos, y de una voracidad inusitada, como para pintarle un mundo al que no «debe salir», un mundo hostil, lleno de peligros; un mundo al que la misma muerte es preferible.

Sin embargo, el proceso de maduración y crecimiento de la pequeña arrolla con el desesperado afán del aquél al que ella llama «papá», para mantenerla fuera de contacto con el mundo exterior. Para ello se ayudará de una ventana con barrotes de acero, y de una puerta con pomo elefctrificado. No se sabrá exactamente al principio la relación concreta, exacta, entre ambos, pero lo cierto es que en sus «tète a tète», que constituyen el primer acto del film, podemos apreciar que ambos lucen unos bellos ojos azules. Ahí lo dejo, pues es un tema que, después, nos pueda ayudar en descifrar la volubilidad emocional, constante y repetida, de este extraño «cuidador», que hasta el extremo le inyectará cada día a la muchacha un medicamento para que ésta no crezca, no se desarrolle en la recién entrada pubertad.

Este primer segmento de la trama, el más fascinante, se construye en forma de «meta cuento»: inicia con una historia para niños antes de ir a dormir el relato de una película que, en sí, está estructurada como una fábula, digna de cualquiera de las de los Hermanos Grimm.

En el siguiente acto, liberada la muchacha, y acogida ésta en casa de la «sheriff» local y de su adolescente hermano Ray, parte que nos recuerda mucho lo que vive una madre con su hijo en la cinta de 2015, «Room», de Lenny Abrahamson: la liberación sólo es el principio.

A nivel estético, también hay quien defiende que la semiótica de «Wilding» encajaría con la del cómic, en el que tenemos a uno o varios personajes que se convierten en héroes con poderes, que las veces utilizaran para bién o para mal, adquiridos en un proceso de transformación que se produce después de un hecho fortuito o accidental (la picadura de araña, una descarga eléctrica… la caída en una marmita de poción mágica, como en el caso de Obélix…).

Como en casos parejos en historias de distintos héroes y antihéroes en el imaginario de las ficciones, después del episodio de presentación del protagonista y su contexto, a raíz de un hecho por lo general traumático, se desarrolla la parte en la que nuestro personaje principal se las tiene que haber con un proceso de adaptación en un grupo social, en el que medirá el encaje de sí mismo(a) con los demás.

Así, la actriz Bel Powley desempeña la bien lograda misión de recoger el testigo de Arlo Mertz, en la figuración del paso de Ana, la niña que ha vivido toda su infancia encerrada, de un cautiverio a otro. En una comunidad que, a parte de su nueva familia de acogida, no parece demasiado dispuesta, en general, a echar una mano para su integración social. Peor; a medida que avanzamos hacia la resolución de una trama en la que el propio Böhm, de la mano de Florian Eder, se reservan las claves para meternos de lleno y casi sin darnos cuenta en el tercer acto, el entorno social de la pequeña ciudad rural donde sucede todo, se va tornando cada vez más hostil para Ana.

Y prácticamente sólo Ryan (un emergente Collin-Kelly Sordelet) será para ella un punto de apoyo, complicidad y connexión. Y no fundamentalmente por la belleza física del chaval, sino porque siendo también un joven rebelde, su realidad guarda cierto paralelismo con la de Ana: no se sabe de sus padres, y vive con una hermana que lo cuida, pero su percepción de la situación es de una especie de cautiverio en el que le resulta harto difícil hallar el punto de ajuste y la adaptación: la experiencia del chico, de lo más normal en el mundo de la adolescencia, halla su reflejo diegético en la metáfora fantástica que representa el cambio de Ana, de niña a mujer, al mismo tiempo que su transformación en algo que, al principio, ni ella ni muchos de los que la rodean, son capaces de asimilar ni de comprender.

Aquí lo fantástico (en este caso lo referente a la licantropía) es tan sólo una carcasa o chasis con el que dibujar (algunos dirán que «por enésima», pero normal como experiencia eminentemente humana) el no pocas veces tormentoso proceso de convertirse en persona (en este caso, como en otros precedentes cinematográficos o literarios, en otra cosa; valga decir, incluso, más humana que los que poseemos tal atributo).

Hibridando lobos y humanos, Böhm, como ya otros realizadores hace algo más de tres décadas, no sólo diluye las fronteras del género y rompe etiquetas con la dramatización o «romantización» del terror (como ya en su día hizo Keneth Branagh con «Frankenstein», 1994; Francis Ford Coppola con «Drácula», 1992; o la Summit Entertaintment con la saga «Crepúsculo», de 2008 a 2012),
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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