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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
7
Terror Aaron (Michael Welch) es un abogado con problemas que regresa a casa para ayudar a su madre tras el fallecimiento de su padre. Mientras investiga en las pertenencias que éste ha dejado atrás, Aaron encuentra una urna que resulta ser mucho más de lo que parece. Aunque al principio convierte todos sus deseos en realidad, con el paso del tiempo descubre que existe en ella un maleficio mucho más siniestro de lo que creía. (FILMAFFINITY)
31 de mayo de 2022
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de sus dos primeras incursiones en el cine de terror con “Finders Keepers: The Root of all Evil” (2013) y “Gnome Alone” (2015), y de una serie no demasiado gloriosa de películas de acción y westerns, Timothy Woodward Jr. vuelve a la carga con dos cintas en las que retoma el género: “The Final Wish” (2018) y posteriormente “The Call”(2020). En ambas, aborda el horror desde una perspectiva más centrada en el suspense y la intriga, que no en el puro slasher en el que se abandonará, por ejemplo, “Wish Upon” (2017), de John R. Leonetti, que tiene todos los números de ser la musa fotocopiadora de la que nos ocupa. A todas luces, no se puede descartar que Woodward instigara a Jeffrey Reddick a fusilar una trama que guarda muchas similitudes con el libreto de Barbara Marshall.

Para estas dos últimas producciones de bajo presupuesto, el director repite equipo, no sólo con Reddick, quién también se halla tras el burladero de la producción, sino que figuran en el aparato técnico el mismo director de fotografía, Pablo Díez, y el compositor Samuel Joseph Smythe. Así como la ya veterana actriz Lin Shaye, que de forma postrimera afianzó su fama con la franquícia de “Insidious”, y cuya factura debió de suponer un talismán para garantizar el éxito publicitario.

“The Final Wish” es una película con escasa trascendencia en el volumen del mercado cinematográfico. Su aceptación entre el público, y me atrevería a decir también que entre la crítica, es de las más dispares que haya visto. De los usuarios que hayamos tenido la oportunidad de visionarla, contrastan las alabanzas de una parte que le encuentra no pocas virtudes, de forma bastante paritaria con aquellos otros espectadores que la han puesto a parir. De lo que no cabe duda, es que su sucesora, “The Call” (2020), incluso con la presencia añadida de Tobin Bell, no obtendría mejores resultados en este sentido, incluso lo contrario, pues su calidad deja bastante más que desear.

Pero a pesar del exiguo eco mediático y pecuniario, el trabajo de Woodward Jr. es artísticamente muy superior al que hallamos en “Wish Upon”, en todos los sentidos, de modo que se cumpliría en este caso que el “calco” es mucho mejor que la original de la que se hizo prácticamente un “remake”.

Ambas surten su efecto a partir de la focalización de sus respectivas tramas en una de las fuentes de motivación más primarias de las que es objeto el ser humano: el deseo. El querer lo que no se posee o no se puede alcanzar, es algo inherente a las personas; base del institnto de supervivencia y el afán de superación, pero al mismo tiempo causa de muchas de las desgracias que puedan sobrevenir. Reddick y el resto de la cuadrilla encargada del guión toman debida nota de esta característica intrínseca humana, para convertirla en el núcleo central de la trama.

La voluntad de no resignarse a un fato o predeterminación es un clásico en la literatura universal (y sus derivadas en el arte: el teatro, el cine la ópera…). El anhelo de conseguir algo a costa del precio que sea, incluso el de vender el alma al mismísimo Diablo, es un “leitmotive” omnipresente: en “Histoire du Soldat”, compuesta por Igor Stravinsky en 1918, sobre un texto de Charles F. Ramuz, y cuya ejecución musical suele ir acompañada con la interpretación de un narrador y bailarines.

En el cine, por citar una producción relativamente reciente, nos podemos remitir a la franquícia de “Destino Final” (2000 – 2011), de la que precisamente Jeffrey Reddick fue idearca.

El esquema narrativo de “The Final Wish”, como todas sus homólogas a lo largo de la historia del cine (y porqué no decir, del arte en general), bebe de las tradiciones judía, de la antigua Persia y, por ende, islámica, en la que se identifican unas entidades de naturaleza espiritual, que las veces se dedican a favorecer a los humanos, y otras a amargarles la vida. Estos seres, llamados “jinns”, “ángeles”, “demonios”, “espíritus impuros (o malignos)”, están presentes en casi todos los tradicionarios religiosos de las principales confesiones monoteístas.

Woodward prende esta percha mitológica para crear una historia que explica utilizando un cargado lenguaje que se acerca a lo onírico y surrealista, en los puntos álgidos de dramatismo, y que la fotografía de Pablo Díez se encarga de dibujar primorosamente con todo tipo de efectos en los planos, los juegos de penumbras, las coloridas tonalidades… en el set donde se confabulan los elementos que caracterizan, tanto la casa en la que viven el protagonista (Aaron) y su madre, como el rural entorno inmediato de ésta. Y la población más cercana, que desprende una rancia atmósfera al más puro estilo provinciano, y de la que apenas conoceremos unos pocos habitantes, los más estrechamente relacionados con la familia Hammond…

El barroco, lúgubre y recargado de antigüedades, interior de la casa Hammond es el encuadre por excelencia en el que Lin Shaye se maneja, como si este tipo de decorado ya fuera algo inherente a su propio encanto, tanto por lo que respecta a su presencia, como a su buen actuar. Igual que en “The Call”, ahí no puede faltar la función de los espejos, como expresión gráfica del tránsito entre la frágil cordura psíquica de los personajes, y sus respectivos delirios de ensueño.

De la partitura de Samuel Joseph Smythe, destaca el contraste entre el tempestuoso y agitado motivo del tema principal, con el tinte ominoso que le encuñan los metales bajos, y el minimalismo impresionista que envuelve algunas de las escenas más sobrecogedoras, en las que desearíamos arroparnos junto a Aaron (el guapísimo Michael Welch), con el que rápidamente se establece la identificación. En esta ocasión, el compositor sabe sacar partido de una bién amortizada orquesta sinfónica, que como ya está mandao en los protocolos actuales del terror, tiene que sumarse con sus efectos sonoros al fácil “susto de salto felino” (así lo llamo yo), que aunque tengamos que entender que son de rigor, y Woodward no abusa de ellos,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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