Al espectador joven de hoy en día –hablo por mí- le podrá parecer novedoso y fresco el montaje entrecortado y nervioso de una misma escena, con cortes bruscos y sucesivos del mismo plano, cuyo uso atribuiría sin dudar a algunos “gurús” del cine actual como Tarantino o Lars Von Trier. Pero luego ve uno esta película del año 1960 y, claro, se le caen los palos del sombrajo…
Si la pantalla de cine fuera un cuadro, Godard compone el suyo a base de brochazos, de igual modo que componía Matisse los suyos con líneas gruesas y poco elegantes, sin ningún cuidado por la técnica. Y el resultado es grosero, tosco, intuitivo, chapucero quizá, pero también es fresco, impetuoso, rompedor, vibrante. Así es “Al final de la escapada”…, como cuadro fauvista…
Al carácter resbaladizo, acelerado y desenfrenado de la película, que resulta así tanto por el montaje como por los encuadres y el manejo de la cámara, y que se ve subrayado por una acertada banda sonora a ritmo de jazz, se suman unos diálogos ligeros, chispeantes e ingeniosos plagados de citas para recordar… Y Belmondo está perfecto en su papel.
El caso es que, en resumidas cuentas, tras descubrir esta película, me vuelvo a preguntar por enésima vez si lo de Tarantino en la actualidad no es más pura astucia que auténtico genio…; aunque, para mí, es una pregunta es retórica.