La supuesta obra maestra del manchego me ha parecido un melodrama de lo absurdo, ese es el resumen más benévolo que puedo hacer. Porque ya no es que estemos ante una nueva exposición de las obsesiones de Almodóvar, que también, sino que nada de lo que ahí sucede me produjo la más mínima empatía. Sí grandes dosis de aburrimiento, y algún momento de indignación por la pretenciosidad del director.

Asistí a un show rocambolesco, extravagante, artificial, aliñado con unas interpretaciones penosas. Sobreactuada Marisa Paredes y tibia Cecilia Roth, con una vocalización más que mejorable. Pasados los años contemplar al hoy rutilante político Toni Cantó haciendo la mamarracha no deja de ser un puntazo, pero ya que estamos: ¿no han pensado los trans que esta película hace un pésimo favor a la causa? A veces incidir en determinados temas se convierte en ridículo y hasta paranoico. No sigo con el resto por compasión y porque tengo prisa. Entre tanta ramplonería la única que se salva es Penélope (que ya es decir), si bien con su desagradable vocecilla a cuestas.

Pero... bien, dicen que esta película llega al corazón, y el mío, aunque sin duda endurecido, no iba a ser menos. Eso fue cuando de un plano de una foto de Bette Davis pasa, en una suerte de intento de comparación, a otro plano de la inefable Candela Peña (ya me cuesta hasta ponerlas en la misma frase). Si la enorme actriz americana levantara la cabeza...