Dicen que Sam Peckinpah fue despedido de un proyecto en el que trabajaba por incoherencias entre los guionistas y realizadores con los que participaba. Resulta que tras 3 años de sequía cinematográfica tras este incidente, la Warner le contrató para dirigir otro western, aunque nadie se esperaba que lo que parecía otra típica cinta de vaqueros acabaría convirtiéndose en un hito del cine, en la cual, se demostró que a nuestro amigo Sam le gusta hacer las cosas a su manera.

Comienza la película, un grupo de soldados cabalgan, un grupo de niños felices disfrutan viendo cómo unas hormigas devoran un escorpión; miradas; el grupo de soldados roban un banco, comienza un tiroteo que se convierte en masacre; miradas; otro grupo de niños se divierte jugando a ser vaqueros mientras observan la cruel matanza; más miradas. Ahí reside la fuerza con la que Sam narra la película, con la fuerza de unos primeros planos en los que las miradas pueden sugerir muchas cosas, porque no siempre se necesitan palabras para narrar. El director también recurre a los primero planos para resaltar la violencia, o simplemente engrandecerla, aunque no cae en la la violencia gratuita de la cual se le acusa de usar en sus cintas, injustamente.

El grupo de forajidos que visiona su destino frente a la evolución moderna del mundo en el que viven, ahogado por la revolución, deciden manternerse unidos, aunque su camino les lleve hasta la muerte y abriéndose camino a tiros dando la vida los unos por lo otros. En el aspecto técnico, la cinta brilla por sí sola, fotografía preciosa, dirección magnífica, reparto más que correcto y una música que apenas calla en todo el metraje, brillantísima. Aunque quizá la única pega y por la cual no convenza a la mayoría de la gente es, que el metraje es un poco excesivo y aunque no cansa al final se acaba alargándose y puede pecar de falta de ritmo.

Memorable de principio a fin.