Clint Eastwood es uno de mis directores favoritos, aunque “J. Edgar” es uno de sus films que menos me agradó. Este biopic, que alterna un pasado en los años 30 y un presente en los 70 aproximadamente, trata de ser polémico con cuestiones que tienen que ver con secretos de estado, decisiones ilegales de los altos mandos, chantaje, el tratamiento mediático de la figura de Hoover, los enfrentamientos políticos entre el FBI y los presidentes y fiscales de turno, etc., pero le faltó un poco más de pimienta, ritmo, giros o algo que haga despertar a un espectador que por momentos puede aburrirse profundamente.

Cuando el film se centra en los aspectos más personales y caracteriológicos de Hoover, cuando insinúa (y afirma luego) sobre su sexualidad, sus miedos, sus debilidades y lo pone a narrarse a sí mismo, cuando expone la influencia, la represión y tensa relación con su madre, cuando lo pone a bailar con sus propios demonios, entonces se convierte en algo atractivo. El problema es que, entre medio de esta brillante actuación de Di Caprio, atosiga con un montón de información y de detalles, precisos, pero de poca explosión.
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Nunca deja de ser interesante aunque, al mismo tiempo, nunca se esfuerza por mantener expectante a un público que espera sentir aunque sea una pizca de “Million Dollar Baby”, “Gran Torino” o “Invictus”. Los Hoover están muy bien logrados y la ambientación es excelente en esta película de estética y estructura tan clásicas como lo que podemos esperar de las sensaciones que ofrece. Por ser Eastwood se le exige un poco más, de todas formas, la cinta está por encima de la media del 2011.