Durante los días en que he visto este documental, Malik Bendjelloul, su director, se ha suicidado. Irónicamente, su documental tiene que ver con el suicidio de Sixto Rodríguez y la bellísima, conmovedora y no menos dura historia que hay en Searching for Sugar Man. Pero también, irónicamente, aquí el suicidio del cantante norteamericano es tan solo una ficción interoceánica, un mito urbano en el que la sociedad sudafricana se afincó durante más de una década para vivir del recuerdo de un gran músico, una gran voz: Rodríguez.
La historia puede contarse y reproducirse con particular regocijo: por las vueltas de la vida, por las maravillas de la humildad, por esperar lo inesperado, porque gracias a documentales como este se engrandece la existencia y se amplían sus misterios; sin embargo, lo mejor no es que te lo cuenten, lo mejor es que Malik Bendjelloul, como legado a la humanidad, te la cuente y te la siga contando.
Ha sido una pena saber de su muerte, una muerte "real" para una vida que marca la historia del cine por el merecido Óscar y marca la historia de Suecia, Rodríguez, Detroit y Sudáfrica.