Una de las peculiaridades del mundo de la seducción ha sido el manejo de las emociones. La primera parte de la película Alfie plantea con crudeza lo que ocurre en ese mundo tan atractivo del que todos alguna vez hemos bebido consejos o tips. El asunto está en no enamorarse. Querer, pero no amar. Desear, pero no sentir algo más, mucho menos dejar que los sentimientos se adueñen de la situación. Pese a todas las advertencias, la realidad siempre suele tomarnos desprevenidos.
La segunda parte de la historia de Alfie está ligada a esta irreverrencia de la naturaleza humana: la soledad aparece y despliega todo su poder de abatimiento. En últimas, nos sentimos arrastrados por ese vacío de la existencia al que parecemos condenados porque, si estamos con alguien queremos estar solos, y si estamos solos queremos estar con alguien.
Me gusta Alfie. Me resulta un relato muy convincente y divertido de un tipo de hombre que, aunque encaja plenamente en las fiestas, en las discotecas, en la vida placentera del mundo, se ve traicionado de vez en cuando por su propia idea de lo que debería ser vivir.