Dejando a un lado las obligaciones cronológicas de la novela en la que se basa, parece no ser casualidad la ambientación en los años 80 de "Killer Elite". Y es que una de las vertientes protagonistas de un pequeño sector del cine de acción de los últimos años intenta poner su punto de mira en las décadas que el rigor estilístico era fundamental para confeccionar un producto notable. Grandes películas de las pasadas décadas de los 70 y 80 lograban un empaque visual tan atractivo que potenciaban aún más su calidad artística.

Los aciertos de "Killer Elite" se fecundan desde un principio en la forma de aprovechar el carisma de su tridente de protagonistas. La película comienza con una escena de acción perfectamente rodada, incidiendo en primera instancia en la estrecha relación de De Niro y Statham como antiguas figuras del crimen venidas a menos, que se enfrentan a sus últimos días de su profesión. Este es el leve toque crepuscular de la cinta, que bien podría verse como un pequeño gran guiño al cine de Sam Peckinpach, cuya "The Killer Elite" (titulada aquí "Los Aristócratas del Crimen" siendo una película injustamente menospreciada por la opinión general) nada tiene que ver con la película que nos ocupa. El personaje de Clive Owen protagoniza una trama paralela que acabará antagonizando la historia principal, observando esa relación de respeto-admiración que sienten los personajes principales a pesar de la confrontación tremendamente hostil de la que son protagonistas (y que los convertirán en meras víctimas de los hechos).

Aunque no pierda interés en ningún momento, la película avanza de forma plana y algo estirada, sufriendo los estadillos de acción (aunque se agradezca la realización lejana de los clichés actuales) de la carencia de un efecto "punch" para engrandecer el resultado final. El fallo se evidencia aún más al no esconder en ningún momento su intención estilística, que la acaba acercando más a la imitación que de la asimilación de sus más que evidentes influencias. Así, vemos como también se intenta ahondar en la psicología del personaje de Statham, como si de un Friedkin o un Mann se tratase, que lamentablemente acaba sirviendo para ofrecer un desenlace final de aspecto demasiado pusilánime, haciendo que la visión global de la película se acerque a la extraña mezcla, para nada desmerecedora, de la macarrada y las ínfulas de autor.