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Voto de JoseManuelCampillo:
9
Drama Principios del siglo XX. David Aaronson, un pobre chaval judío, conoce en los suburbios de Manhattan a Max, otro joven de origen hebreo dispuesto a llegar lejos por cualquier método. Entre ellos nace una gran amistad y, con otros colegas, forman una banda que prospera rápidamente, llegando a convertirse, en los tiempos de la Ley Seca (1920-1933), en unos importantes mafiosos. (FILMAFFINITY)
12 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces creo que uno contrae matrimonio para tener un testigo. Alguien que dé cuenta de lo que ha hecho durante toda su vida. Si no se llega a casar, ese testigo son los momentos mágicos que uno haya vivido, los prosaicos o desagradables los borramos como si se tratara de una pizarra Vileda. Con las películas pasa igual. Nos acordamos de ellas por una determinada escena o no nos acordamos. En Érase una vez en América se cumple esa máxima anterior. Y nos acordamos. Sigamos.
La música de Ennio Morricone es al cine lo que la de Georgie Dann a las verbenas: imprescindible. Cuando el compositor italiano está detrás de las imágenes acunándolas, la película no defrauda. Es como el Mourinho de antes, el que no estaba peleado con su sombra, que con un puñado de hombres normalmente ambidiestros, que no le pegan bien ni con la izquierda ni con la derecha, era capaz de conquistar cualquier Liga.
Sergio Leone, el director, sabe de las excelencias melódicas del Puccini moderno. Y también sabe que si al genial compositor le ficha para su orquesta a Robert de Niro, a James Wood y a Elizabeth McGovern, la sonoridad y brillantez pueden compararse a la de Plácido Domingo en su insuperable papel del desdichado Otelo.
Estamos ante la historia de una vida contada desde la infancia, el lugar de nuestra biografía en el que se bifurca todo. Es ahí donde debemos mirar para ver en qué momento nos equivocamos trazando nuestro árbol vital. Robert de Niro nació con su tronco ya torcido, pero James Wood fue la mala hierba que hizo que este no engendrara ningún fruto.
El amor dibuja en esta entrañable historia uno de sus cuadros más bellos. El marco está hecho de retazos de un majestuoso hotel y jirones de un juguetón y ondulante mar. El lienzo tiene la textura que los ojos sin fin de Elizabeth le confieren, y los pinceles son los violines que hacen que esos ojos que son promesa de amor infinito se abran cual aguas en el mar Rojo. Es la escena de la que les hablaba, una de esas que nos convierten. Pasamos de Saulo a San Pablo. Ya creemos en el amor.
He leído en la blogosfera que si los alienígenas invadieran la tierra esta película sería una de las cosas que se llevarían. Es posible. De lo que estoy completamente seguro es de que a la dulce McGovern no la dejarían aquí.
Posdata: Érase una vez en América es una película con nombre de principio de cuento que no nos sugiere nada, si acaso falta de originalidad. Pero yo les aseguro que es como la Varon Dandy, nunca falla.
JoseManuelCampillo
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