No se puede decir que yo haya visto la película como se debe, ya que en mi ciudad se pasa doblada. Rápidamente se intuye que el idioma debe tener su importancia en la película, y a nosotros se nos escamotea.
Cuando el novel director acomete el devenir de la trama sin utilizar el sistema fragmentario impuesto por la imagen de marca del guionista, el filme se levanta y acaba interesando. A mí me ha parecido una película pequeñita pero simpática, donde su textura es lo mejor. La excelente fotografía, el aroma a auténtico que desprenden sus tristes personajes. Gracias a ello se salvan las dos horas de duración (innecesarias, a mi modo de ver). Se habla de la huella de Peckinpah. Yo también recuerdo aquella que protagonizaba Nicholson que hablaba de los patrulleros de frontera. Afortunadamente no recurre a la cámara lenta del primero y añade un toque poético que le viene bien al conjunto final. Si gusta al público es porque seguramente buena parte de los espectadores añoramos el western como género genuinamente cinematográfico. Lo más interesante del guión me ha parecido el amago de síndrome de Estocolmo entre protagonista y patrullero.