Con una realización que rompe reglas, sin caer en el efectismo, Burton ofrece una tremenda manifestación del instinto creativo que se quiere reprimir a menudo. Así, el drama, con cada imagen planeada, deviene en lo cómico y en la prosodia, donde conviene anotar, que al parecer se trata de la película menos taquillera en la historia del director, al mismo tono con que nos introduce en la idea de la incomprensión, de filmar para sí mismo, donde por otro lado, se recurre a una meta-actuación que da paso a una verdadera renovación. El manejo de los personajes, tanto afines como contrincantes, en cada una de las escenas del entorno de producción, en aquella época de la cual quiso hacer un autorretrato, me permite afirmar, que, desde una visión literaria, es una historia redonda, donde el espectador por un momento piensa que ve clips de “alter time” de la película que no llega, pero al final esto mismo termina por fascinar. Todos los actores se dan en una tremenda puntualidad, que parece dejar poco margen a los mismos, sin embargo las sutilezas aportan bastante.