Siempre es un placer este buen cine francés de historias sencillas de la gente corriente como tú y como yo, de diálogos profundos que se te quedan en la memoria, de conceptos que te hacen crecer como ser humano. Son de agradecer caramba estas historias de la vida, simplemente la vida, con sus alegrías y también sus perrerías. Me temo que esta película va más de las segundas y por eso se hace tan conmovedora.
Estamos ante una adaptación de la novela Deux Jours a Tuer, la cual plantea unos comportamientos en el personaje central por los que sentimos desprecio y curiosidad a partes iguales, y los cuales se van explicando a lo largo del metraje. La increíble sensación de realidad de personajes nos llega en esta ocasión sobretodo de la mano del actor protagonista, Albert Dupontel, esta suerte de “Dr. Sachs” que interpreta al esforzado Antoine memorablemente. Os cautivará este tío si no lo conocíais ya. Por supuesto, como nos tiene acostumbrados el cine francés, está muy bien arropado por el resto del reparto.
Le achaco una sola cosa a este inmenso film, y es que para ser redondo en mi opinión Becker podría habernos ahorrado algún lloro gratuito siendo menos explícito cuando se trata de mostrar las razones del prota. Los resortes de la lágrima fácil están todos, sobretodo al final, y alguno me sobra. Con todo, la sensación tan optimista de reconciliación con el mundo se nos queda en la boca a la salida del cine, y eso no es moco de pavo en estos tiempos.
Me dispongo a buscar otros trabajos de este director, ya que es este mi primer acercamiento a él e intuyo que merece la pena seguirle la pista.