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Voto de Paco Ortega:
8
18 de octubre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La piel suave” es un prodigio de belleza, de talento, de economía. Con poco se ha conseguido mucho. Muchísimo. Los actores están a una altura soberbia, y el conjunto transpira verdad. Es una obra de arte de la medida, de la simetría.
Investiga en el tema recurrente del director: el amor y sus derivados, sus daños colaterales, sus consecuencias. En este caso, el amor desencadena una serie de circunstancias que llevarán a quien lo vive a los peores resultados posibles. En manos de otro director menos experto o sensible, el tema acabaría probablemente siendo un disparate, seguramente se le iría de las manos. Truffaut, sin embargo, estira la cuerda de lo verosímil sin que ésta se rasgue. Todo lo que ocurre, puede ocurrir. De hecho, ocurre.
Hay una inteligente disección de comportamientos. No se ahonda demasiado en la moralidad de los mismos. Se presentan como un investigador presenta el vuelo de las moscas, pero sin duda hay una mirada de simpatía por la que durante la mayor parte de la película es la mayor perjudicada. A veces, me recordaba esa tormentosa relación entre el hombre mayor y la jovencita inocente que recrearía unos años más tarde Woody Allen en otra genialidad: “Manhatan”. Finalmente, en este caso, la jovencita toma una decisión madura. Probablemente es la única que finalmente se comporta de un modo razonable.
Me gusta ese París en blanco y negro que nos presenta siempre Truffaut. Enamorado de su ciudad, la ve como el receptáculo de las pasiones, un lugar para amar. Frente a esa imagen turística de “un Paris para el amor”, parece recrearse en “un París para los que sufren con el amor”, aunque también aman.
Me gusta ese aire de gran sencillez que la película presenta en todo momento. Esa sencillez no se traduce en pobreza, sino en riqueza de matices, de planteamientos, de reflexiones.
Me gusta, por último, la mirada triste de Françoise Dorleac, esos fabulosos veintidós años que exhibe, rebosantes de esa perfecta belleza que iba a apagarse tan pronto para su desgracia y la nuestra.
Investiga en el tema recurrente del director: el amor y sus derivados, sus daños colaterales, sus consecuencias. En este caso, el amor desencadena una serie de circunstancias que llevarán a quien lo vive a los peores resultados posibles. En manos de otro director menos experto o sensible, el tema acabaría probablemente siendo un disparate, seguramente se le iría de las manos. Truffaut, sin embargo, estira la cuerda de lo verosímil sin que ésta se rasgue. Todo lo que ocurre, puede ocurrir. De hecho, ocurre.
Hay una inteligente disección de comportamientos. No se ahonda demasiado en la moralidad de los mismos. Se presentan como un investigador presenta el vuelo de las moscas, pero sin duda hay una mirada de simpatía por la que durante la mayor parte de la película es la mayor perjudicada. A veces, me recordaba esa tormentosa relación entre el hombre mayor y la jovencita inocente que recrearía unos años más tarde Woody Allen en otra genialidad: “Manhatan”. Finalmente, en este caso, la jovencita toma una decisión madura. Probablemente es la única que finalmente se comporta de un modo razonable.
Me gusta ese París en blanco y negro que nos presenta siempre Truffaut. Enamorado de su ciudad, la ve como el receptáculo de las pasiones, un lugar para amar. Frente a esa imagen turística de “un Paris para el amor”, parece recrearse en “un París para los que sufren con el amor”, aunque también aman.
Me gusta ese aire de gran sencillez que la película presenta en todo momento. Esa sencillez no se traduce en pobreza, sino en riqueza de matices, de planteamientos, de reflexiones.
Me gusta, por último, la mirada triste de Françoise Dorleac, esos fabulosos veintidós años que exhibe, rebosantes de esa perfecta belleza que iba a apagarse tan pronto para su desgracia y la nuestra.