Pues yo, que no he tenido el placer inmenso de las lecturas de la Rowling -aprovecho para recalcar mi disconformidad con la pretensión de copia exacta en los detalles de las adaptaciones-, atisbo el esfuerzo por el buen trabajo en la estructura, en la gradación del que crea una historia de transición, puente entre lo que fue y lo que habrá de llegar. Película vínculo, capas narrativas dedicadas a la siembra de aquello que otra parte habrá de recoger.

Son siempre pesadas cargas las de servir de nexo, sedimento o tejido adiposo. Así surgen los imperios que contraatacan funcionando como enlace entre la introducción pasmosa y el final apoteósico. Esas mitades quedan ahí, más funcionales que nunca, y el espectador sabe que lo que ve es parte inevitable de un proceso, que esa trama sólo sirve para apuntalar golpes de efecto patrimonio de otra peli, de otra entrega.

Por eso, estas hermanas pequeñas de las series largas me resultan especialmente simpáticas; porque implican un ejercicio de contención y distribución narrativa interesante, porque trabajan los detalles por encima de los aspavientos, porque suponen un sano ejercicio tántrico a la espera del orgasmo final.

Son las más difíciles, las que menos contentan, las que suelen recurrir al pesimismo escondiendo ramalazos reflexivos, sucintos pero ahí están, sobre la evolución de unos personajes y su implicación con ellos por parte del espectador. Son las partes que se recuerdan a medias -¿en qué entrega sucedía aquello?-, pero que sirven eficazmente a los fines de afianzar los cimientos de las rimbombancias que demanda esa misma taquilla que reniega de ellas por intrascendentes. Es una cuestión de andamios, ya digo, de manejo del "timing" de la historia. De planificación y estructura. De contar cuentos con la contención propia del que, en principio, no debe robar protagonismo por su condición de útil y práctico trámite.