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Drama. Bélico
El golpe de estado del 18 Brumario de 1799, que significó el fin de la Revolución Francesa, puso el poder en manos de Bonaparte, el más prestigioso de los generales franceses, sobre todo después de sus brillantes campañas en Italia y en Egipto. Desde 1799, Napoleón no sólo fomentó la difusión de las ideas revolucionarias, sino que, además, se lanzó a la conquista de Europa. En 1804 se autoproclamó emperador de Francia con el nombre de ... [+]
13 de noviembre de 2010
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
No podría sino escribir esta crítica desde un punto de vista de simple aficionado al cine, y no solamente porque se trata de un clásico mayúsculo, sino también porque es una obra muy compleja, tanto argumental como técnicamente. Por lo tanto, y en este caso sobretodo, no osaría adentrarme en demasía en los aspectos que sólo buenos conocedores del tema tienen la potestad, desde mi punto de vista, de valorar.
Haré mi crítica, por lo tanto, como perfecto espectador; atento, interesado y sin prejuicios.
Lo épico: lo épico es esto, la forja de un líder, ya desde la infancia carismático y seguro, sin dudas, sin debilidades. Ésta es la carta de presentación de un joven Napoleón, que no admite concesiones de ningún tipo, ni tampoco derrotas. Desde la primera escena, que ya apunta a maneras técnicamente hablando, el protagonista se va abriendo el camino que más adelante lo llevará a lo más alto. Batallas tan aparentemente inocentes, infantiles, como la de bolas de nieve o la de cojines, se nos muestran en pantalla como grandes prólogos de lo que puede llegar a dar de sí el filme, así como también su protagonista. Especialmente brillante, con un tratamiento moderno de múltiples cámaras y puntos de vista, es la disputa con almohadas, que acaba con un éxtasis de plumas, cayendo vacilantes, que coronan una escena tan épica como excelsa, con unos elementos aparentemente tan inofensivos.
Y sigue el metraje, y sigue la vida del joven Napoleón, con paso firme, nunca dubitativo, hacia sus primeras aventuras, que le llevan a su primera batalla, y ésta a la segunda.
Hasta aquí, la consagración de Bonaparte como líder de masas, que Gance plasma con maestría, ofreciendo a su público un auténtico espectáculo cinematográfico, innovador, atrevido y meticuloso en cuanto a técnica, y creíble y elaborado en cuanto a guión, dirección artística, etc. Mención también para los actores, en especial el propio Napoleón en todas sus etapas vitales, simplemente irrepetible.
Lo menguante: lo menguante es, desde mi punto de vista, la segunda parte del film, en la que Gance se toma la biografía del personaje con demasiada rigurosidad, haciendo la descripción de éste con una literalidad que daña el tempo, el ritmo, la épica y hasta el interés de su auditorio. En cierto modo se pierde la potencia narrativa que ofrece el cine, cayendo en la literal, que si bien no tiene por qué ser desechable, sí que tiende a minar la atención de un público que por mucha voluntad que tenga no puede permanecer inmerso en la historia de la misma forma. Esto es; la película en cierto modo abandona aquí su faceta como obra de entretenimiento para concebirse como, únicamente, una obra de arte. ¿Y eso es malo? En cierto modo sí, porque como tiende a pasar con según qué obras, la hace inaccesible para el gran público. No es en vano que cuando fue estrenada en EEUU se redujera el metraje del film de los 235 minutos de la original hasta unos ridículos e intolerantes 70.
(Sigue en spoiler)
Haré mi crítica, por lo tanto, como perfecto espectador; atento, interesado y sin prejuicios.
Lo épico: lo épico es esto, la forja de un líder, ya desde la infancia carismático y seguro, sin dudas, sin debilidades. Ésta es la carta de presentación de un joven Napoleón, que no admite concesiones de ningún tipo, ni tampoco derrotas. Desde la primera escena, que ya apunta a maneras técnicamente hablando, el protagonista se va abriendo el camino que más adelante lo llevará a lo más alto. Batallas tan aparentemente inocentes, infantiles, como la de bolas de nieve o la de cojines, se nos muestran en pantalla como grandes prólogos de lo que puede llegar a dar de sí el filme, así como también su protagonista. Especialmente brillante, con un tratamiento moderno de múltiples cámaras y puntos de vista, es la disputa con almohadas, que acaba con un éxtasis de plumas, cayendo vacilantes, que coronan una escena tan épica como excelsa, con unos elementos aparentemente tan inofensivos.
Y sigue el metraje, y sigue la vida del joven Napoleón, con paso firme, nunca dubitativo, hacia sus primeras aventuras, que le llevan a su primera batalla, y ésta a la segunda.
Hasta aquí, la consagración de Bonaparte como líder de masas, que Gance plasma con maestría, ofreciendo a su público un auténtico espectáculo cinematográfico, innovador, atrevido y meticuloso en cuanto a técnica, y creíble y elaborado en cuanto a guión, dirección artística, etc. Mención también para los actores, en especial el propio Napoleón en todas sus etapas vitales, simplemente irrepetible.
Lo menguante: lo menguante es, desde mi punto de vista, la segunda parte del film, en la que Gance se toma la biografía del personaje con demasiada rigurosidad, haciendo la descripción de éste con una literalidad que daña el tempo, el ritmo, la épica y hasta el interés de su auditorio. En cierto modo se pierde la potencia narrativa que ofrece el cine, cayendo en la literal, que si bien no tiene por qué ser desechable, sí que tiende a minar la atención de un público que por mucha voluntad que tenga no puede permanecer inmerso en la historia de la misma forma. Esto es; la película en cierto modo abandona aquí su faceta como obra de entretenimiento para concebirse como, únicamente, una obra de arte. ¿Y eso es malo? En cierto modo sí, porque como tiende a pasar con según qué obras, la hace inaccesible para el gran público. No es en vano que cuando fue estrenada en EEUU se redujera el metraje del film de los 235 minutos de la original hasta unos ridículos e intolerantes 70.
(Sigue en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Sea como sea, tampoco podemos, ni mucho menos, tirar por la borda unos minutos que si bien pueden parecernos más monótonos, tienen una complejidad digna de mencionar. De hecho, que el director sea tan meticuloso se debe, sobretodo, a su manifiesta pasión hacia quien basa la obra: Napoleón Bonaparte. Aquí se representan todas sus facetas, más humanas, más íntimas. Sus inquietudes y sus imperfecciones. Hasta que llegamos al festival final de imágenes, técnica, y ambición cinematográfica. Tres cámaras, grabación simultánea, montaje sólo adjudicable a un auténtico apasionado de la creación, potentísima narración, vuelta de la épica más preciosista… Y todo esto es Napoleón de Abel Gance. Un indisimulado panfleto patriótico –indudablemente perdonable –, que se eleva hacia el cielo del gran arte, eso sí, siendo muy consciente de ello.