Basada en un relato del escritor neoyorquino Washington Irving, nos cuenta las investigaciones que un detective forense tiene que realizar en el misterioso pueblo de Sleepy Hollow, en el cambio del siglo XVIII al XIX, donde se están cometiendo atroces crímenes; el pueblo anda convencido de que el culpable es un Jinete Sin Cabeza que ha vuelto de la tumba para vengarse de las gentes del lugar, cortándoles sus cabezas como un día hicieron con la suya.

Homenaje al cine gótico clásico y a la productora británica Hammer, que tanto éxito tuvo en los años 50 y 60, “Sleepy Hollow” bebe de abundantes fuentes literarias, especialmente de la novela fantástica decimonónica; además de Irving, están E. Allan Poe, Conan Doyle, Mary W. Shelley y Bram Stoker. Pero, además de este cóktail bastante sugestivo, no hay que olvidar la personalidad de Tim Burton, fiel una vez más a su desbordante imaginación, a su fascinación por los límites confusos entre lo humano y lo monstruoso (“Eduardo Manostijeras”), entre lo real y lo irreal, y a su concepción eminentemente visual de la puesta en escena. No falta como protagonista su actor-fetiche, Johnny Depp, como un antihéroe racionalista y débil que se enfrenta a lo sobrenatural. Algunas debilidades del guion, demasiado previsible en ciertos momentos, quedan compensadas por una ambientación, fotografía, música y realización simplemente espléndidas.