Una bondadosa y amable mirada sobre las desigualdades y prejuicios sociales en un "París" cada vez más mestizo y multicultural, con un mensaje tan claro como optimista: "toda interacción entre los individuos de diferente clase social o cultural acaba por enriquecerlos, especialmente a los más favorecidos". Sin un sólo personaje negativo, hasta los Inspectores de Hacienda son buenos por naturaleza, la película glosa con bastante ingenio y con cierta gracia un indisimulado elogio a la diversidad, al entendimiento entre las personas al margen de su naturaleza étnica o condición social. Todo en un tono tan ligero y afable que acaba agradando.

Es demasiado superficial, tendenciosa en su simplicidad, pero lo compensa con vitalidad, con un derroche de simpatía, con una excelente gama de buenos actores. Y apoyada en una banda sonora que resalta sus virtudes, en la que destaca sobremanera el gran Barry White (divertidísima y lograda la secuencia en la que los traficantes tararean una de sus canciones). Hay canciones que crecen acompañando imágenes, porque en la misma medida que las resaltan, como si se retroalimentaran también ellas ganan cuerpo, suenan con renovada armonía. O dicho de una manera más sencilla, la música de Barry White resulta muy cinematográfica.