Un trhiller mal disfrazado de cine social hiperrealista, sin música, sin el ritmo adecuado, que se va desdibujando poco a poco hasta acabar demacrado, con un final abrupto y esperpéntico. Y eso que empieza muy bien, tratando problemas muy serios, como la súbita radicalización de los adolescentes europeos (belgas en este caso) a manos de los defensores más aguerridos de la religión islámica que todo lo acaban contaminando: las relaciones sociales, las familiares, las sexuales, las relaciones entre hombres y mujeres sobre todo. Y con una tensión que llega al espectador durante un buen rato, pero cuando parece que la película comienza a tomar cuerpo, a bucear entre las variadas causas de esa compleja realidad (ya sean psicológicas, sociológicas etc.), se va diluyendo lentamente, encerrándose y girando sobre sí misma, sin encontrar su rumbo, hasta tal punto que se vuelve tediosa en el fondo y en la forma, aunque su alma de thriller y el diligente oficio de sus contrastados directores consiguen medio mantenerla a flote.

Al final da la impresión de que sus responsables no saben qué han querido trasladarnos, detrás de qué verdad han caminado. Y la acaban con una especie de amnistía moral, con un todo el mundo es bueno aunque se demuestre lo contrario. negando su propia esencia, de la misma manera que un suicidio acaba desmintiendo una encendida elegía sobre la vida.

Por otra parte, resulta sorprendente que se siga con interés, sobre todo porque tiene un defecto más que notable, que no es otro que la falta de ubicación espacio-temporal. Es complicado situar a un protagonista que no acaba de de dejar la pantalla ni un sólo segundo (o esa impresión me ha dado), conocer a quienes lo acompañan, personajes todos amorfos, salvo quizá la madre y el Imán, los únicos que están mínimamente perfilados.