La primera parte, la que refleja los inicios de Elton hasta que finalmente comienza a triunfar, es pura pirotecnia visual y musical, una explosión de júbilo, de alegría, llena de ritmo, de simpatía. Ya la segunda parte, la que refleja la caída del ídolo a los infiernos, mantiene el interés, pero se hace algo más grave. Es menos complaciente y más realista, pero tampoco contiene el necesario calado dramático. Quizá porque no acaba de abandonar el tono festivo de la primera parte. Pero con todo, da la impresión de que así refleja bien lo que ha sido la vida de una estrella tan brillante y tan singular, algo que se intuye cada vez que se ve una imagen de Elton John, sonriendo con mucha frecuencia; hay siempre un niño detrás de esa sonrisa. Puede que un niño triste, incluso un niño herido, pero siempre un niño vivo, con la fuerza, la vitalidad y la ilusión de esa edad.

Y ese abrazo en la parte final de la película (no quiero desvelar más), resume lo que sentí tanto sobre la vida real de su protagonista como sobre la propia película: todo está mejor cuando más presente esté ese niño, ese espíritu jovial y juguetón

Una película que se disfruta y que te invita amablemente a cogerle cariño a su protagonista. Con un Taron Egerton que hace un muy buen trabajo, por más que no acabe de parecerse a quien interpreta, como bien han puesto de manifiesto varias críticas.