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Voto de Alé Julián Sosa:
9
5,1
1.137
Drama
Amy tiene 11 años y se queda alucinada con un grupo de baile de chicas. Para unirse a ellas, empieza a explorar su feminidad, desafiando las tradiciones de su familia musulmana.
24 de febrero de 2022
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace dos días enteros que me propongo encarar esta reseña y todavía no sé muy bien de qué manera hacerlo. Ocurre que esta película rasgó mis carnes y me instiló un veneno sanador. ¿Sueno contradictorio? Bueno, no hay que alarmarse, en todo caso es algo semejante (y que me perdonen los especialistas) a lo que ocurre con la inoculación; con las vacunas, digo. A veces debemos recibir una porción de la enfermedad para poder combatirla. ¿Están también ustedes algo enfermos? ¿Y ya se han vacunado?
Pues bien, hasta hoy no me ha ocurrido eso de verme tan interpelado y a la vez incluido en una película visiblemente feminista. Esta obra me ha llevado a la patria femenina con un cuidado, un respeto, una delicadeza —también gran una aspereza— y una sapiencia que me ha dejado maravillado y a la vez dolido. Me ha dejado herido, porque me ha hecho sentir hondamente —y sentir lo hondo—. Me ha llevado hasta abajo, a las fangosas ciénagas de los dominios femeninos que pugnan por ver la luz. ¡Sí, todavía!
Luego de ver esta obra ya no sé distinguir con justeza qué es qué; no sé qué lugar le corresponde a cada quien, porque se han desplazado los lugares o no ha habido tales lugares. Porque Doucouré ha instalado un debate en torno a la espacialidad, los dominios propios de la mujer y ello involucra a cualquier otro terreno que colinde con ellos, por lo tanto: todos estamos desplazados. Son los nuestros no-lugares. ¡Qué agobio!
• Aproximaciones argumentales
Amy (la sorprendente Fathia Youssouf Abdillahi) es una niña senegalesa de 11 años, que vive en un apartamento con su madre y su hermano pequeño. Con el correr de los días deberá enfrentarse a situaciones desagradables y de profundo impacto emocional: un nuevo hogar, la misteriosa ausencia del padre, la religión islámica, su primer periodo y la nueva escuela. Debido a los inconvenientes intrafamiliares y al enorme rigor con que su religión lo cubre todo, llegará a encontrarse sola en momentos fundantes de su adolescencia temprana, lo que llevará a nuestra protagonista a buscar un espacio propio y a tomar decisiones de la más variada índole, involucrándose en un nuevo mundo: primero, secular; más tarde, irrestricto.
Conforme avanza la historia, veremos que a Amy se le abrirán las diversas alternativas que tiene para convertirse en una mujer. Es en eso, en las alternativas que tendrá como mujer, donde se cifra todo.
• La herida abierta
La película tiene dos miradas; no hablo de dos maneras de ser vista, sino de que hay dos espectadores incluidos en ella. Una, es la mirada de Amy, que todo lo ve y procura integrarlo con los insuficientes recursos que ha de tener siempre un adolescente; la otra, es la mirada voyerista, la mirada espía que se ha introducido en la vida de una menor y sigue sus pasos con reprochable precisión. A la manera de quien lee un diario íntimo o se inmiscuye en un epistolario del cual no participa, así ve uno la intimidad de Amy, que no tardará en ser volcada al mundo.
Las actuaciones son todas estimables, incluso el pequeño hermano de Amy se encuentra en estado de gracia. La madre, la tía y las muchachas que formarán su grupo escolar también están geniales, pero más allá de la protagonista, la otra personalidad que hay que destacar es Angélica (Médina El Aidi-Azouni) quien llegará a convertirse en su mejor amiga.
La introducción de Angélica en la película es algo que atender. Durante algunos minutos vemos la espalda de una joven que, vestida con trapos muy de noche, baila sensualmente al ritmo del reggaetón. El hecho es que no acabamos de saber muy bien si se trata de una niña o no; algo en sus movimientos… ¡Pero no puede ser! Sin embargo, se sostiene la confusión hasta que gira y entonces la vemos, ¡Dios, que sí era una niña! ¿Acaso algún otro pensamiento ha cruzado por mi mente? Así juega la directora una y otra vez poniendo a prueba al espectador. Quiere que seamos conscientes de lo que estamos viendo, eso que las más de las veces pasa frente a nuestras narices sin que nosotros acusemos recibo. Constantemente esta brillante mujer imbrica el mundo anómico de los niños con comportamientos exclusivamente de adultos; las niñas, digo, constantemente pasan de la niñez a la adultez sin escalas y sin siquiera percatarse de lo que están haciendo. La directora quiere que veamos lo que hoy se-deja-ver sin el mínimo disgusto y reparo, para que caigamos en la cuenta de que somos nosotros mismos los agentes contaminantes.
El realismo con el que ciertas situaciones son representadas me ha dejado también muy cautivado: las situaciones en el hogar de Amy; las burlas en el colegio; cuando las niñas se pelean a puñetazos limpios; cuando los adultos deben reprender algún comportamiento, en fin, todo está muy bien. Sobrio y milimétricamente cuidado.
La factura técnica también es más que adecuada, no veo que haya mucho que destacar al respecto ya que la película tampoco lo pide. Solo he llegado a echar en falta alguna que otra elección que tan solo atañe al guion; cosas nimias en que las más de las veces no puedo evitar pensar, como «¿Dónde carga el celular?»; «¿Quién filmó ese video?» y demás. En fin, ¡tonterías! Son cosas que muy se me pueden reprochar, pero que me cuesta evadir del todo. Fuera de esas pequeñísimas cosas, que no hacen a la trama ni al mensaje, que incluso es posible que su servidor las haya captado gracias al penoso entrenamiento que propicia esa inevitable avidez de ver películas y que también pueden deberse a que se trata del primer largometraje de Maïmouna, no veo yerro en este film. Muy por el contrario, me resulta genial.
La escena final de esta obra me parece de una contundencia abrumadora. Llega a nosotros como el clímax esperado y de una manera tan pensada, tan evidentemente diagramada que me tomó por sorpresa. Esa película es cine del bueno y tiene todo lo que debemos esperar del cine. ¡Por fin, Netflix! ¡Por fin y creo que sin querer también!
(Continúa en 'spoiler').
Pues bien, hasta hoy no me ha ocurrido eso de verme tan interpelado y a la vez incluido en una película visiblemente feminista. Esta obra me ha llevado a la patria femenina con un cuidado, un respeto, una delicadeza —también gran una aspereza— y una sapiencia que me ha dejado maravillado y a la vez dolido. Me ha dejado herido, porque me ha hecho sentir hondamente —y sentir lo hondo—. Me ha llevado hasta abajo, a las fangosas ciénagas de los dominios femeninos que pugnan por ver la luz. ¡Sí, todavía!
Luego de ver esta obra ya no sé distinguir con justeza qué es qué; no sé qué lugar le corresponde a cada quien, porque se han desplazado los lugares o no ha habido tales lugares. Porque Doucouré ha instalado un debate en torno a la espacialidad, los dominios propios de la mujer y ello involucra a cualquier otro terreno que colinde con ellos, por lo tanto: todos estamos desplazados. Son los nuestros no-lugares. ¡Qué agobio!
• Aproximaciones argumentales
Amy (la sorprendente Fathia Youssouf Abdillahi) es una niña senegalesa de 11 años, que vive en un apartamento con su madre y su hermano pequeño. Con el correr de los días deberá enfrentarse a situaciones desagradables y de profundo impacto emocional: un nuevo hogar, la misteriosa ausencia del padre, la religión islámica, su primer periodo y la nueva escuela. Debido a los inconvenientes intrafamiliares y al enorme rigor con que su religión lo cubre todo, llegará a encontrarse sola en momentos fundantes de su adolescencia temprana, lo que llevará a nuestra protagonista a buscar un espacio propio y a tomar decisiones de la más variada índole, involucrándose en un nuevo mundo: primero, secular; más tarde, irrestricto.
Conforme avanza la historia, veremos que a Amy se le abrirán las diversas alternativas que tiene para convertirse en una mujer. Es en eso, en las alternativas que tendrá como mujer, donde se cifra todo.
• La herida abierta
La película tiene dos miradas; no hablo de dos maneras de ser vista, sino de que hay dos espectadores incluidos en ella. Una, es la mirada de Amy, que todo lo ve y procura integrarlo con los insuficientes recursos que ha de tener siempre un adolescente; la otra, es la mirada voyerista, la mirada espía que se ha introducido en la vida de una menor y sigue sus pasos con reprochable precisión. A la manera de quien lee un diario íntimo o se inmiscuye en un epistolario del cual no participa, así ve uno la intimidad de Amy, que no tardará en ser volcada al mundo.
Las actuaciones son todas estimables, incluso el pequeño hermano de Amy se encuentra en estado de gracia. La madre, la tía y las muchachas que formarán su grupo escolar también están geniales, pero más allá de la protagonista, la otra personalidad que hay que destacar es Angélica (Médina El Aidi-Azouni) quien llegará a convertirse en su mejor amiga.
La introducción de Angélica en la película es algo que atender. Durante algunos minutos vemos la espalda de una joven que, vestida con trapos muy de noche, baila sensualmente al ritmo del reggaetón. El hecho es que no acabamos de saber muy bien si se trata de una niña o no; algo en sus movimientos… ¡Pero no puede ser! Sin embargo, se sostiene la confusión hasta que gira y entonces la vemos, ¡Dios, que sí era una niña! ¿Acaso algún otro pensamiento ha cruzado por mi mente? Así juega la directora una y otra vez poniendo a prueba al espectador. Quiere que seamos conscientes de lo que estamos viendo, eso que las más de las veces pasa frente a nuestras narices sin que nosotros acusemos recibo. Constantemente esta brillante mujer imbrica el mundo anómico de los niños con comportamientos exclusivamente de adultos; las niñas, digo, constantemente pasan de la niñez a la adultez sin escalas y sin siquiera percatarse de lo que están haciendo. La directora quiere que veamos lo que hoy se-deja-ver sin el mínimo disgusto y reparo, para que caigamos en la cuenta de que somos nosotros mismos los agentes contaminantes.
El realismo con el que ciertas situaciones son representadas me ha dejado también muy cautivado: las situaciones en el hogar de Amy; las burlas en el colegio; cuando las niñas se pelean a puñetazos limpios; cuando los adultos deben reprender algún comportamiento, en fin, todo está muy bien. Sobrio y milimétricamente cuidado.
La factura técnica también es más que adecuada, no veo que haya mucho que destacar al respecto ya que la película tampoco lo pide. Solo he llegado a echar en falta alguna que otra elección que tan solo atañe al guion; cosas nimias en que las más de las veces no puedo evitar pensar, como «¿Dónde carga el celular?»; «¿Quién filmó ese video?» y demás. En fin, ¡tonterías! Son cosas que muy se me pueden reprochar, pero que me cuesta evadir del todo. Fuera de esas pequeñísimas cosas, que no hacen a la trama ni al mensaje, que incluso es posible que su servidor las haya captado gracias al penoso entrenamiento que propicia esa inevitable avidez de ver películas y que también pueden deberse a que se trata del primer largometraje de Maïmouna, no veo yerro en este film. Muy por el contrario, me resulta genial.
La escena final de esta obra me parece de una contundencia abrumadora. Llega a nosotros como el clímax esperado y de una manera tan pensada, tan evidentemente diagramada que me tomó por sorpresa. Esa película es cine del bueno y tiene todo lo que debemos esperar del cine. ¡Por fin, Netflix! ¡Por fin y creo que sin querer también!
(Continúa en 'spoiler').
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
• Implicancias
Entre algunas las tantas cosas que leí, fui a dar con la opinión de alguien que sugería que la directora exageraba al presentar los bailes de las protagonistas y que no veía que la influencia de las redes y demás fuera tal; que es ridículo imaginar que los pequeños pueden emular semejantes cosas. ¡Madre Santa! Todavía quisiera yo saber en qué lugar vive esa persona que no ha visto lo que yo tantas veces sí, ¡y que tan cerca tengo, ya que ocurre frente a mis narices! He visto yo, con mis propios ojos, de qué manera niños de familias que conozco bailan al ritmo de la música más desagradable —desagradable por sus mensajes— de manera no menos desagradable e inapropiada y todo ello al son de risas y algunas expresiones como «¡Mirá qué divinos, cómo bailan!». Pero, a continuación, llega a mis pensamientos ese comentario —y que también leí— que sugiere que todo depende de los padres y que a los niños debidamente supervisados nada de eso les ocurre, y qué se yo cuántas cosas pedagógicas (pretenciosas) más.
Pero los peores comentarios, lectores míos, los comentarios que no tienen perdón y que a su vez demuestran que esta película es más inteligente que la media de todos esos que así se han expresado, son aquellos que establecen que la película es «material para pedófilos». Precisamente, lo que pretende Maïmouna es que nos sintamos todo lo incómodos que deberíamos sentirnos día tras día por permitir que nuestros pequeños se encuentren a merced de los más aberrantes contenidos; contenidos que tenemos profundamente normalizados, como normalizamos durante décadas el menoscabo hacia la mujer que en el horario de protección al menor bañaba la mayoría de los programas de nuestros televisores, y que todavía hoy… ¡Claro que esta película es profundamente incómoda y que está atiborrada de escenas horribles! Escenas en las que vemos las entrepiernas y los traseros de niñas de no más de 11 años, ¡pero ese es el punto! ¡Hoy, a todas horas, en todo momento, miles… millones de personas lo están viendo! No debería alarmarnos la película, debería hacer que volvamos nuestro rostro a la realidad y que en cambio nos alarmemos por esta.
Si alguno de esos quejosos hubiera sido algo más cauto antes de expresar sus opiniones, habría encontrado que la directora trabajó con varios profesionales y que, como ha sido dicho, realizó arduas investigaciones; que estableció un vínculo profundo de confianza con las niñas para que se sientan a resguardo; que las niñas fueron acompañadas durante todo el rodaje por psicólogos; que Fathia no tenía 11 años al momento de rodar la película, sino 14; que los padres de las niñas que participan en el film son activistas, etcétera. Seguramente los criticones deberían sentir no poca vergüenza, ya que la buena de Maïmouna se les ha adelantado, ¡y mucho! ¡Si alguien se ha molestado con la película es que la película logró su cometido! Y digámoslo de una vez por todas, por favor: no he visto una sola nota en la que se realce la ejemplar valentía de esta mujer al rodar una película que tan claramente puede exaltar el ánimo de los mojigatos y que además se involucra vivamente con el islam, cosa que no es menor si uno tiene en cuenta la gran cantidad de atentados que han atenazado a Francia en las últimas décadas. Entre muchas tantas cosas, la directora ha recibido amenazas de muerte, pero nunca ha sugerido querer dar marcha atrás, incluso muy lo contrario. ¡Bravo, Maïmouna! (Si sigue por aquel camino no será raro que más temprano que tarde dejemos de usar ‘cojones’ para aludir al coraje y pasemos a usar ‘ovarios’).
Completa en Diario Jornada: https://jornadaonline.com/por-ale-julian-sosa/guapis-los-no-lugares-de-la-mujer-202211811440
Entre algunas las tantas cosas que leí, fui a dar con la opinión de alguien que sugería que la directora exageraba al presentar los bailes de las protagonistas y que no veía que la influencia de las redes y demás fuera tal; que es ridículo imaginar que los pequeños pueden emular semejantes cosas. ¡Madre Santa! Todavía quisiera yo saber en qué lugar vive esa persona que no ha visto lo que yo tantas veces sí, ¡y que tan cerca tengo, ya que ocurre frente a mis narices! He visto yo, con mis propios ojos, de qué manera niños de familias que conozco bailan al ritmo de la música más desagradable —desagradable por sus mensajes— de manera no menos desagradable e inapropiada y todo ello al son de risas y algunas expresiones como «¡Mirá qué divinos, cómo bailan!». Pero, a continuación, llega a mis pensamientos ese comentario —y que también leí— que sugiere que todo depende de los padres y que a los niños debidamente supervisados nada de eso les ocurre, y qué se yo cuántas cosas pedagógicas (pretenciosas) más.
Pero los peores comentarios, lectores míos, los comentarios que no tienen perdón y que a su vez demuestran que esta película es más inteligente que la media de todos esos que así se han expresado, son aquellos que establecen que la película es «material para pedófilos». Precisamente, lo que pretende Maïmouna es que nos sintamos todo lo incómodos que deberíamos sentirnos día tras día por permitir que nuestros pequeños se encuentren a merced de los más aberrantes contenidos; contenidos que tenemos profundamente normalizados, como normalizamos durante décadas el menoscabo hacia la mujer que en el horario de protección al menor bañaba la mayoría de los programas de nuestros televisores, y que todavía hoy… ¡Claro que esta película es profundamente incómoda y que está atiborrada de escenas horribles! Escenas en las que vemos las entrepiernas y los traseros de niñas de no más de 11 años, ¡pero ese es el punto! ¡Hoy, a todas horas, en todo momento, miles… millones de personas lo están viendo! No debería alarmarnos la película, debería hacer que volvamos nuestro rostro a la realidad y que en cambio nos alarmemos por esta.
Si alguno de esos quejosos hubiera sido algo más cauto antes de expresar sus opiniones, habría encontrado que la directora trabajó con varios profesionales y que, como ha sido dicho, realizó arduas investigaciones; que estableció un vínculo profundo de confianza con las niñas para que se sientan a resguardo; que las niñas fueron acompañadas durante todo el rodaje por psicólogos; que Fathia no tenía 11 años al momento de rodar la película, sino 14; que los padres de las niñas que participan en el film son activistas, etcétera. Seguramente los criticones deberían sentir no poca vergüenza, ya que la buena de Maïmouna se les ha adelantado, ¡y mucho! ¡Si alguien se ha molestado con la película es que la película logró su cometido! Y digámoslo de una vez por todas, por favor: no he visto una sola nota en la que se realce la ejemplar valentía de esta mujer al rodar una película que tan claramente puede exaltar el ánimo de los mojigatos y que además se involucra vivamente con el islam, cosa que no es menor si uno tiene en cuenta la gran cantidad de atentados que han atenazado a Francia en las últimas décadas. Entre muchas tantas cosas, la directora ha recibido amenazas de muerte, pero nunca ha sugerido querer dar marcha atrás, incluso muy lo contrario. ¡Bravo, Maïmouna! (Si sigue por aquel camino no será raro que más temprano que tarde dejemos de usar ‘cojones’ para aludir al coraje y pasemos a usar ‘ovarios’).
Completa en Diario Jornada: https://jornadaonline.com/por-ale-julian-sosa/guapis-los-no-lugares-de-la-mujer-202211811440