"A quien los dioses quieren destruir, primero los vuelven locos". Con esta cita de Eurípides da comienzo este sugestivo film de Sam Fuller, un intenso drama psicológico envuelto en una obsesiva atmósfera de tono paranoico con algunos llamativos diálogos y actitudes extrañas, todo ello dentro de un entorno dominado por la demencia que acaba engullendo en su espiral de locura a los cuerdos con elevadas aspiraciones.

La película presenta fascinantes secuencias alucinatorias, sin olvidar el comentario social con elementos satíricos sobre el racismo.

El trabajo actoral de todo el reparto es más que notable, con un impresionante Peter Breck al frente, actor cuya carrera se desarrolló más en la televisión que en el cine y que aquí verdaderamente lo borda de principio a fin.
¿Y qué decir de la maravillosa Constance Towers? Pues que aquí, al margen de lucir más sexy que nunca en su papel de stripper mostrando su hermosa figura y moviendo las caderas con irresistible erotismo en una actuación musical, exhibe una gran capacidad interpretativa, especialmente en alguna poderosa escena dramática que hiela la sangre.

Una cinta tan pretenciosa como impactante que con el tiempo se ha ganado con justicia un puesto de honor en la filmografía de Fuller, un estremecedor viaje al fondo de la locura y una escalofriante reflexión sobre como el exceso de ambición puede conducir a la destrucción del ser humano.