No me gustan mucho las películas ochenteras como esta. Su música ratonera, su violencia chulesca de héroes resentidos por el fracaso de Vietnam, sus malvados de cómic.
Pero todo tiene sus cosas buenas: la corrección política todavía no había hecho estragos y determinadas conductas que hoy consideraríamos machistas o racistas se pueden manifestar aunque sea en clave cómica (Esa escena con los niños negros después de la explosión).
Mel Gibson sobreactúa un buen rato. La escena con la pistola pretende reflejar desesperación y resulta patética. Pero claro, venía de Mad Max y el toque existencialista no era fácil de lograr con la cara más bien inexpresiva de Gibson.
Mucho tiro, mucho muerto, mucho malo malo y al final un poli recuperado de la muerte de su mujer, dispuesto a seguir dando mamporros en próximas entregas de la serie.
Una gran virtud: no es aburrida.