Estamos acostumbrados a que varios directores realicen sus respectivos cortos sobre un tema y después estos se unen en un solo largometraje. Pero en este caso se trata del mismo director realizando la misma historia y hasta con casi idénticos diálogos, pero en tres lugares distintos y con personajes diferentes. Como esquema que se sale del cine habitual norteamericano es muy válido, aunque yo no se si lo incluiría dentro de un cine independiente. Al menos parece sujeto a los mismos modos de producción.
Lo que si queda claro es que Hartley no quiere contarnos las historias como lo puede contar el cine comercial, pero su forma de hacer cine para contar una historia tiene mucho de cine comercial europeo. No es una crítica, es sólo una anotación para el espectador que no debe entenderlo como bueno o como malo.
La narración fílmica de la historia en Japón cuando la protagonista es una mujer, es para mí la mejor y sin duda en ella busca las formas de alejarse lo más posible de un cine comercial. Sin embargo, la primera parte, cuando la historia ocurre en Estados Unidos y el protagonista es un hombre es la que mejor contada está en lenguaje cinematográfico y en la que la interpretación de los dos protagonistas centrales destaca sobre las demás interpretaciones en el resto de las historias. Esto se ve perfectamente en la interpretación histriónica del homosexual de la segunda historia.
Con todo una película que no te deja indiferente y fácil de ver pues al fin, cuando el director complica más la planificación, que es en Japón, el espectador ya sabe de que va la historia.