4 años después, Antoine Fuqua y Denzel Washington volvían con una secuela bajo el brazo, para alegría de todos los que disfrutaron con el filme original. De nuevo, me veo obligado a reconocer que he disfrutado como el que más con Robert McCall haciendo lo que mejor sabe hacer, es decir, repartir justicia y dar lecciones a más de uno. Soy muy consciente de que se trata de cine de entretenimiento sin más, pero aún así, creo que cuando lo pasas tan bien mientras ves algo, es porque aquello que estás viendo merece la pena. Y es que, como he dicho tantas otras veces, el espectador que se propone ver una película tiene que saber lo que está viendo. Para que me entendáis, alguien que busque una cinta de estas características no debe esperar encontrarse algo como 2001, pues son cines totalmente distintos que no tienen nada que ver el uno con el otro. De modo que no hace falta ser ningún lince para entender lo que acabo de comentar, y si piensas lo contrario, es tu decisión. En fin, me desvío y acabo hablando más de estos temas tan banales que de la propia película. Desde luego, Fuqua sabe rodar escenas de acción, y aquí vuelve a demostrar su maestría en este aspecto con momentos bastante destacables. La violencia da un paso más con respecto a la primera parte y, por tanto, la sangre no puede faltar en esta ocasión. Nuevamente, el protagonista deja varios cadáveres a su paso. Y lo hace prácticamente sin pestañear. Denzel ha sido, es y será uno de mis actores favoritos debido a su capacidad para adaptarse a cualquier papel que le den. Aparte, cuenta con ese carisma que hace que te caiga simpático. Por otro lado, la historia vuelve a resultar demasiado predecible, y ocurren cosas que se ven venir a kilómetros de distancia. El clímax no tiene desperdicio, eso os lo aseguro. Fuqua y Washington son 2 grandes, sin duda.