La cuarta y última película de Pierce Brosnan como agente 007 es la más surrealista de todas las protagonizadas por el actor irlandés. De nuevo se apuesta por la acción más frenética después de dejarla de lado en El mundo nunca es suficiente, algo que desde luego se agradece, ya que se echó (y mucho) en falta durante dicha entrega. Para mí la cinta se divide claramente en 2 partes: la primera es bastante más moderada y creíble, mientras que la segunda se entrega por completo a la acción más desenfrenada y absurda que se recuerda. Por supuesto que el film es entretenido, de principio a fin. Sin embargo, resulta muy complicado no salirse de la situación cuando llega el pasaje del hotel de hielo, pero la realidad es que a partir de ahí no dejan de suceder cosas que se acercan más al cine de ciencia ficción que al de acción. Y los efectos cantan mucho en alguna que otra escena. Aun así, también hay partes apreciables como el duelo de espadas, que es emocionante, o el inicio en Corea del Norte, el cual no se queda atrás con respecto al de anteriores filmes. Sobra decir que las explosiones están aseguradas. Y es que lo cierto es que se trata de un elemento obligatorio en las producciones de James Bond. Del reparto me quedo con las destacables Halle Berry y Rosamund Pike, que encarnan a las bellas chicas Bond en esta ocasión, y lo hacen con acierto. Especialmente bien está la primera porque me recuerda a la interpretada por Michelle Yeoh en El mañana nunca muere. En resumen, estamos ante una irregular película del mítico personaje que cierra el ciclo de Brosnan tanto con luces como con sombras. Por suerte, Craig sería el siguiente y mejoraría mucho esto.