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Voto de José Manuel León Meliá:
7
Comedia. Drama. Romance Rex es un solitario, y cuando conoce la noticia de su muerte inminente, se embarca en un épico viaje en coche a través del desierto australiano para morir en sus propios términos: pero mientras avanza, aprende que para terminar con tu vida, primero has de vivirla.
15 de julio de 2016
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Cariñosa y muy emotiva película australiana. Creo que es una fascinación indescriptible narrar la importancia que tiene en las producciones australianas su descomunal y vasto paisaje. Escenarios naturales, indómitos y salvajes, que respiran tal naturalidad que por la arrolladora fuerza que desprenden se convierten en un personaje más. Su presencia y jerarquía es tan determinante que influyen de una manera legítima no sólo en el devenir de sus personajes, a los que literalmente engulle, sino que muchas veces definen y provocan comportamientos y actitudes, en función si se encuentran en un enclave o espacio cualquiera, dada la magnitud y grandiosidad de su territorio.
“Last cab to Darwin”, en algunas fases de su metraje, da la impresión de servir como una guía turística al uso. La constante presencia de sus grandes planicies desérticas y sus interminables carreteras cobran una fisicidad tangible, de tal manera, que si pudiera traspasar la pantalla, imitando al irrepetible Buster Keaton en “El moderno Sherlock Holmes” o a Mia Farrow en “La púrpura Rosa del Cairo”, de Woody Allen, te inmiscuirías con mucha rapidez en una paisaje tan bien filmado que parece invitarte a pasar y disfrutar, si se puede, de las muchas posibilidades de aventuras de todo tipo que da la sensación de ofrecer. Si por la magia del cine del Oeste, el western, ta aclimatas y asumes la zona de Monument Valley como un terreno explorado y visitado en numerosos títulos y aceptas su presencia como una orografía de sobra conocida, como si estuviera cerca de tu casa, lo mismo sucede, en cuanto te aclimatas y ves muchos largometrajes rodados en Australia, su geografía, tanto la desértica como la boscosa, lo mismo que la costera, se integra en el subconsciente que pareces un turista accidental de regreso a visitar amigos y conocidos.
Este filme es, ante todo, una road movie. También, un drama sobre la vida y la muerte. En un sentido más humilde y pequeño, una buddy movie y en una consideración alta es una bonita, tierna y maravillosa historia de amor. En toda la película, muy bien dirigida, y sólo un poco sentimental y algo babosa en su parte final, hay ingredientes para todos los gustos. Cada uno puede escoger el tramo o trozo que más le guste y disfrutar de esos instantes e integrar el resto como reclamo para construir un relato que engancha y convence, pese a tocar temas, incluso <el derecho a morir con dignidad>, tratados y abordados en otros filmes, quizás con más enjundia.
La película guarda todo el aliento que tiene, y es mucho, es mostrar el talante y catadura moral del personaje central, Rex, un anciano que todavía trabaja como taxista en la población de Broken Hill. Tiene cáncer terminal y quiere acabar su vida cuanto antes. Para eso debe desplazarse en su propio vehículo hasta la ciudad de Darwin porque allí una doctora ha ingeniado una máquina que suministra al paciente que consiente la eutanasia un veneno que lo fulmina inmediatamente. Esta anécdota argumental sirve para construir un diáfano filme de carretera, cuyo trayecto, muy largo, 3.000 kilómetros, es un desplazamiento físico y moral.
Rex deja todas sus pertenencias, incluidas, el perro, a su vecina y amante, Polly, una indígena aborigen. O negra como les llaman los blancos. Su camino estará lleno de sorpresas y conocerá gente nueva, un indígena llamado Tilly, una enfermera londinense llamada, Julie, que a modo de familia adoptada se unirán por diferentes motivos a su destino. Ocurren peripecias más o menos interesantes o triviales, según se mire, pero lo mejor está en su llegada a Darwin y los obstáculos burocráticos, morales y de conciencia que se va a encontrar con una serie de especialistas de diferentes ramas (psiquiatría, oncólogos) que deben dictaminar la conveniencia o no de aplicar la eutanisia, o el <derecho a morir dignamente> convirtiéndose el asunto en una encrucijada en la que no podía faltar la aparición de los medios de comunicación y la propia responsabilidad del enfermo, sumido en un conflicto contradictorio porque por la ruta recorrida ha conocido a una serie de seres humanos tan estupendos que cuesta dejar este mundo a pesar que las entrañas están muy podridas y los medicamentos paliativos sólo sirven para mitigar el dolor.
“Last cab to Darwin” tiene honestidad y coherencia. Ama a la vida gracias a la muerte. No es tan seca como el mazazo de “Amor” de Michael Haneke, quizás la expresión más árida y, a la vez, natural, de la eutanasia. Por pequeños momentos se parece a “Mar adentro”, de Alejandro Amenábar. Sólo la separa que el personaje que interpreta Javier Bardem puede vivir hasta que la vida se le acabe y Rex, magníficamente encarnado por el actor, Michael Caton, sus días están contados y no puede esperar más que la llegada del fin.
José Manuel León Meliá
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