Solo algún cambio de secuencia marca de la casa permite que nos acordemos del talento de Bardem en este producto a la mayor gloria de Sara Montiel, que tampoco estaba ya para muchas alegrías. Ambos se hundieron en sus carreras con un musical colorido de bellas canciones pero increíblemente acartonado, casi sin exteriores y con muchos diálogos y secuencias vergonzantes (esa carroza de caballos a cámara lenta, esa Sara tirada al lado de la chimenea...). Para el recuerdo de lo más chusco, también ese José María Mompín como ventrílocuo que no mueve la boca pero que está más maquillado que la misma Sara, o Emilio Laguna otra vez en su papel de gay simpático. O esos forzudos nada forzudos. No sé, casi una película para reírse de ella, pero eso no hay que hacerlo nunca con Sara y Bardem en la pantalla.