En su primer largo metraje, el joven mexicano Hoffman nos cuenta una historia de extrema soledad y dolor, con una distancia casi de entomólogo (subrayada por una luz fría, planos microscópicos o muy amplios, estáticos, largos) que nos obliga a observar fascinados y asqueados de la degradación física del protagonista, un espléndido Alberto Trujillo, pero incapaces de alejar nuestra mirada.

Producción pequeña y un talento más que discreto que le ha llevado a circuitos como Rotterdam, Sundance y Sitges, donde ha sido premiado. No es para todos los gustos ni estómagos, pero a personalmente me ha dejado un buen sabor de boca y curiosidad, por lo que habrá de venir del jovencillo del país del nopal.