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Voto de Nuño:
7
9 de octubre de 2016
115 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
I.
En la escena inicial, de lacerante brusquedad, el director ya nos impele a ser suspicaces: Michèle sufre un asalto sexual y lo asimila con una mezcla de resignación e indiferencia, y eso nos parece inaudito. Su impasibilidad nos alarma pero más aún: en cierta manera nos ofende. En dos escenas posteriores la vemos ser objeto de la inquina y el odio de compañeros de trabajo e incluso de extraños.
Verhoeven nos ha posicionado, rápida e inesperadamente, en contra de Michèle. En lugar de apiadarnos de su condición de víctima, pensamos que algo anda mal en ella. En una filigrana de puro cinismo, Verhoeven limita la perspectiva a Michèle; ya no nos separamos de su punto de vista, y nos obliga a acompañarla, pese a la extrañeza que nos provoca.
II.
¿Qué amparo proporciona una casa, la de Michèle, donde parece pulular a su antojo un delincuente? El desconocimiento de su identidad acentúa la aprensión hacia su posible presencia y aparición en otros lugares también.
¿Qué amparo proporciona una película, la de Verhoeven, en la que un violador tiene tanta ventaja sobre los demás personajes, tanta que ni siquiera es objeto de denuncia?
[La cerrazón ambiental, la opresión de los espacios, pueden llevarnos a Luis Buñuel. La fotografía, pulcra y agria, a Michael Haneke. El desarrollo, repleto de impacto y sorpresa, al incipiente Carlos Vermut]
En la escena inicial, de lacerante brusquedad, el director ya nos impele a ser suspicaces: Michèle sufre un asalto sexual y lo asimila con una mezcla de resignación e indiferencia, y eso nos parece inaudito. Su impasibilidad nos alarma pero más aún: en cierta manera nos ofende. En dos escenas posteriores la vemos ser objeto de la inquina y el odio de compañeros de trabajo e incluso de extraños.
Verhoeven nos ha posicionado, rápida e inesperadamente, en contra de Michèle. En lugar de apiadarnos de su condición de víctima, pensamos que algo anda mal en ella. En una filigrana de puro cinismo, Verhoeven limita la perspectiva a Michèle; ya no nos separamos de su punto de vista, y nos obliga a acompañarla, pese a la extrañeza que nos provoca.
II.
¿Qué amparo proporciona una casa, la de Michèle, donde parece pulular a su antojo un delincuente? El desconocimiento de su identidad acentúa la aprensión hacia su posible presencia y aparición en otros lugares también.
¿Qué amparo proporciona una película, la de Verhoeven, en la que un violador tiene tanta ventaja sobre los demás personajes, tanta que ni siquiera es objeto de denuncia?
[La cerrazón ambiental, la opresión de los espacios, pueden llevarnos a Luis Buñuel. La fotografía, pulcra y agria, a Michael Haneke. El desarrollo, repleto de impacto y sorpresa, al incipiente Carlos Vermut]
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
III.
Al término de la película, me cuestioné si era Michèle, finalmente, tan "mala" como pensé al inicio. Lo era, según la confección que me permitieron los datos dispuestos. Al final, los matices han suscitado un cambio en la contingencia, una comprensión más honda de las circunstancias.
[Esta evolución en el discernimiento me remitió a los supuestos de David Foster Wallace, donde el autor pide al lector que emita un juicio sobre una situación que, en posteriores párrafos, se va actualizando. La progresiva ampliación correlaciona con el aumento de la flexibilidad del lector al "juzgar", pues conforme adquiere información, comprende con mayor hondura y se produce mayor disonancia en las impresiones].
El espectador ve con claridad que todos los personajes guardan una vileza en su trastienda. La vecina, religiosa entusiasta, calla ante la violación. El vecino, cordial y amable, sólo puede saciar su apetito sexual mediante el abuso. El hijo, un pazguato servil y calzonazos, es terco y necio. La nuera, inestable y cruel. La madre, patética y trasnochada. Los amigos, traidores, veleidosos o infieles. El padre, en la cúspide, un horrible asesino serial. Todo eso es diáfano, pero no reduciría 'Elle' a un mero catálogo de ruindades confeccionado para exclamar que qué miserables somos.
El foco de interés está, para mí, en cómo orbitan alrededor de Michèle y el papel, entre paliativo y moderador, que toma ella.
Michèle no denunció el asalto para no remover un pasado negro. Es odiada por la gente, pero ese odio es injusto. Revela la infidelidad de uno de sus amigos. Sacia los sucios instintos sexuales de uno, dos y hasta tres de los varones de la película, y de una de las mujeres. Perdona una ofensa soez y gratuita de su empleado. Es frontal y aconseja con coherencia a su madre y a su hijo; y devuelve a su nuera el bebé robado. Pese a la atracción que siente por su vecino, decide denunciarle. ¿El motivo? Es lo justo: "¿A cuántas otras has violado, como a mí, impunemente?".
...
Verhoeven parece poner a prueba, con este guión de fina elaboración, la relatividad de algunos de los juicios que, viscerales o reflexivos, emitimos. Lo meritorio y loable es que no se limita sólo a plantearlo sobre el papel, como un ingenio literario, sino que crea un atmósfera enrarecida y extraña, de imágenes afiladas y amenazas latentes, y da a sentir un universo de verdades esquivas, de ambigüedades morales, donde no podemos sentirnos cómodos.
Gracias.
Al término de la película, me cuestioné si era Michèle, finalmente, tan "mala" como pensé al inicio. Lo era, según la confección que me permitieron los datos dispuestos. Al final, los matices han suscitado un cambio en la contingencia, una comprensión más honda de las circunstancias.
[Esta evolución en el discernimiento me remitió a los supuestos de David Foster Wallace, donde el autor pide al lector que emita un juicio sobre una situación que, en posteriores párrafos, se va actualizando. La progresiva ampliación correlaciona con el aumento de la flexibilidad del lector al "juzgar", pues conforme adquiere información, comprende con mayor hondura y se produce mayor disonancia en las impresiones].
El espectador ve con claridad que todos los personajes guardan una vileza en su trastienda. La vecina, religiosa entusiasta, calla ante la violación. El vecino, cordial y amable, sólo puede saciar su apetito sexual mediante el abuso. El hijo, un pazguato servil y calzonazos, es terco y necio. La nuera, inestable y cruel. La madre, patética y trasnochada. Los amigos, traidores, veleidosos o infieles. El padre, en la cúspide, un horrible asesino serial. Todo eso es diáfano, pero no reduciría 'Elle' a un mero catálogo de ruindades confeccionado para exclamar que qué miserables somos.
El foco de interés está, para mí, en cómo orbitan alrededor de Michèle y el papel, entre paliativo y moderador, que toma ella.
Michèle no denunció el asalto para no remover un pasado negro. Es odiada por la gente, pero ese odio es injusto. Revela la infidelidad de uno de sus amigos. Sacia los sucios instintos sexuales de uno, dos y hasta tres de los varones de la película, y de una de las mujeres. Perdona una ofensa soez y gratuita de su empleado. Es frontal y aconseja con coherencia a su madre y a su hijo; y devuelve a su nuera el bebé robado. Pese a la atracción que siente por su vecino, decide denunciarle. ¿El motivo? Es lo justo: "¿A cuántas otras has violado, como a mí, impunemente?".
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Verhoeven parece poner a prueba, con este guión de fina elaboración, la relatividad de algunos de los juicios que, viscerales o reflexivos, emitimos. Lo meritorio y loable es que no se limita sólo a plantearlo sobre el papel, como un ingenio literario, sino que crea un atmósfera enrarecida y extraña, de imágenes afiladas y amenazas latentes, y da a sentir un universo de verdades esquivas, de ambigüedades morales, donde no podemos sentirnos cómodos.
Gracias.