Técnicamente la película es magistral. Estamos ante uno de estos directores temáticos que afincados en un género son capaces de mostrárnoslo de manera distinta a través de distintos enfoques. Esta película no es sólo grande por su habilidad artística y técnica, es que es todo un manifiesto de las creencias culturales ya más que asentadas en el mundo occidental de lo que es el más allá y el más acá. No importa si usted cree en ellas o no, Shyamalan le ofrece todo un compendio de máximas que hemos ido asimilando una película tras otra y que al ver ésta nos parece de lo más familiar y coherente, como quien sabe que tirando una pelota al suelo ésta rebota. Estas señales, ironías a parte, están tan asimiladas por el público, que verlas en escena de manera tan brillante y elegante y al servicio del guión supone uno de los ejercicios de suspensión de incredulidad más grandes que haya visto en el cine.