El cine, como parte de lo que llamamos arte, al igual que la literatura, tan solo es un medio de expresión. Quien no comprende eso, mejor que se ahorre el dinero de la entrada pues tan solo se quedará con la forma y no con el fondo, tenga esta buena factura o no. Jackson lo sabe, Tolkien lo sabía y los que un buen día nos adentramos en la Tierra Media con el goce infinito del que es recompensado tras una ardua búsqueda lo comprendimos al instante. Esta trilogía es un tributo más que hace el cine a su hermana literatura, sin transgredir el contenido y con licencias las justas, que para mí son un mal menor, pues la esencia y la puesta en escena de la historia quedan biens latente. El que no se entienda la simbología implícita en esta historia que por supuesto es parte del entramado mismo de la esencia del titulo, se quedará tan solo con los efectos y los decorados. EL señor de los anillos por eso es una de las obras más importantes de la literatura, por qué lo que nos dice Tolkien en sus páginas transciende más allá de ellas, del espacio y del tiempo. Para mí el intento de plasmar en imágenes una narración que cada cual escenifica e imagina en su mente según sus posibilidades, como poco me parece encomiable, aunque ya se sabe, siempre habrán gente que discrepe de la visión del equipo que la ha llevado a cabo. Que curioso que muchos de los que critican en contra no se hayan leído algo de Tolkien. Quizás es que no valga la pena el esfuerzo y mucho menos toda la maquinaria que se dispuso para esta magna obra cinematográfica, ni tan siquiera pudiera merecer la pena haber inventado el cinematógrafo, ¿total si todo es pura ficción, no?. Sigamos con nuestras vidas aburridas y monótonas mientras el verdadero Sauron mueve los hilos del inconformismo, la ignorancia y la intolerancia supina desde su torre negra.