Si algo hemos conseguido en la sociedad actual es privacidad e individualidad. Podemos tener redes sociales y estar más conectados que nunca, pero al mismo tiempo nunca antes los lazos comunitarios han sido más débiles.
El pueblo, la plaza, el ágora han muerto. Lo de que la abuela te pregunte si sabes lo del nuevo trabajo del "Satur", sí muchacho, ese que es hijo de la Felisa y nieto del Atanasio, que viven tres calles más abajo a la derecha bajando la plaza... cómo no vas a saber quien es. Eso, está muerto y enterrado en el pasado, entre otras cosas porque esas abuelas tampoco están.

Pero con ese progreso hemos enterrado algo más por el camino. Negocios, oficios, establecimientos de toda la vida... pero también cines. Y con cada uno de ellos vidas y vivencias individuales, pero también un estilo de vida comunitario.

Algunos dirán que la película es la historia de Totó. Otros más acertadamente dirán que es la historia del Cinema Paradiso. Pero en realidad es la historia de un pasado colectivo, de unas memorias que ni siquiera poseemos de primera mano como vivencias propias, pero que de alguna manera tenemos en el subconsciente heredadas de padres y abuelos. Por eso la película emociona y se ve en ocasiones con el nudo en la garganta, porque la historia de ese cine de pueblo es nuestro propio reflejo de una forma de vivir, de relacionarse, pero también de ver, disfrutar y soñar con el cine que está enterrada en el pasado, pero aún no olvidada, aún no desterrada para siempre de nuestra memoria colectiva.

Solo me queda recomendar que se vea el corte "internacional" de 2 horas. El montaje del director de 2 horas y media para mí estropea parte de la película con explicaciones y subtramas innecesarias convirtiendo una película de 10 en una solo notable. Y es que a veces las mejores obras de la historia también lo son porque un productor corta acertadamente el material para eliminar el sobrante.