Policíaco sesentero que prefigura mucho thriller y cine de acción moderno, recordado fundamentalmente por la memorable secuencia de persecución automovilística por las empinadas calles de San Francisco, con un pétreo McQueen a los mandos de su fotogénico Ford Mustang dando caza a los malos, primero sigilosamente y después dejándose las ruedas sobre el asfalto. Merecedora de un Oscar al mejor montaje y de un realismo muy físico, es cuanto menos considerada una escena influyente a nivel histórico y de una espectacularidad que debió de dejar alucinados a nuestros padres de chiquillos.

En lo demás, la trama no deja de recoger muchos lugares comunes del género, con un testigo de la mafia al que proteger, un asesinato que encubre algo turbio que el protagonista se esforzará por destapar pese a la oposición del entorno, apuntes sobre su vida privada tirando a tormentosa, derivada de un trabajo tan arriesgado… y especialmente, la distinción radical entre el ámbito de la política, sujeto a intereses personales y sin duda amoral, con tal de obtener apoyos y votos, frente a la actitud insobornable y mucho más honesta de quienes realmente se juegan la piel en las calles, aunque poco sea el beneficio que obtengan con ello.

Con inclinación visual hacia lo meticuloso y lo pausado de la investigación policial, destaca una interpretación muy contenida del héroe, que puede recordar en su semblante a gente como Daniel Craig, siendo un profesional impasible a quien nada parece afectarle; tampoco es un superhombre que lo haga todo perfecto. Como interés romántico y humanizador, Jacqueline Bisset es aquí ante todo una cara bonita, en correspondencia a lo que no deja de ser una macho movie de mujeres florero; esta subtrama queda un tanto deslucida precisamente cuando se verbaliza en forma de monólogo. Aparece por ahí también Robert Duvall, aunque en un papel bastante secundario.

Las escenas de tensión están elaboradas con maestría (no sólo la de los coches), como la que transcurre en los pasadizos subterráneos de un hospital. Alguna idea visual, como nuestro hombre enmarcado en soledad en una frívola jungla de piernas femeninas, donde el candidato se mueve sin embargo como pez en el agua. Violencia en dosis considerables, resuelta breve y contundentemente en algún que otro plano incluso un poco gore. Partitura jazzística de Lalo Schifrin, en fin, que convierte la película ante todo en un producto muy molón, entonces y ahora.