Yoji Yamada cierra su trilogía de samurais, y lo hace como en las anteriores. Maravillosamente contada, este director japonés, desconocido por mi persona hasta hace unos meses, rueda de nuevo como los grandes maestros, deteniéndose en las "pequeñas cosas" de la vida, aunque en realidad las más importantes. Humaniza a sus personajes y los dignifica, desmitificando al clásico samurai que conocemos en el cine Japonés. Verdaderamente hermosa, en donde la naturaleza juega un papel muy importante, más si tenemos en cuenta la ceguera del protagonista, planos como el de las luciérnagas, la caída de las hojas, el paso de las estaciones, están rodados con una gran maestría, nada que enviar a Ford, Hawks, etc. El cierre de esta historia, al igual de las anteriores, nos muestra el respeto y amor que sienten sus protagonistas y nos hace ser al final de la proyección, mejores personas. Lástima que no se estrenen más películas de este director en nuestro país y que sea tan desconocido. Obra maestra.