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Voto de Dexter Bernaldez:
6
8,1
188.460
Drama. Thriller
Un joven hastiado de su gris y monótona vida lucha contra el insomnio. En un viaje en avión conoce a un carismático vendedor de jabón que sostiene una teoría muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; sólo la autodestrucción hace que la vida merezca la pena. Ambos deciden entonces fundar un club secreto de lucha, donde poder descargar sus frustaciones y su ira, que tendrá un éxito arrollador. (FILMAFFINITY)
22 de junio de 2007
24 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé a vosotros, pero a mí me revientan bastante los fantasmillas, los sabihondos, los listillos, los típicos sobrados de la vida, los que, en fin, tienen respuesta para todo. Estos seres entrañables, aparte de moverse cómodamente en cualquier conversación imaginable, se dedican a lanzar sus discursos prefabricados a diestro y siniestro, como si el mundo ya no albergase secretos para ellos. Es innegable que su verborrea incontenible puede resultar muy útil para polvos discotequeros de una noche, descargando un torrente dialéctico acerca de la vida y sus conjuntos sobre el primero/a que pase, pero hay veces en que tan estupenda habilidad no acaba de funcionar; la víctima, espectador en este caso, reconoce al fantasmón y lo manda a tomar por saco. Yo, modestia aparte, prefiero parecer bobo para luego demostrar lo contrario, y no al revés.
A la hora de ver películas como "El club de la lucha", uno no puede evitar sentirse tontito ante tamaña demostración de agudeza (en palabras de Brad Pitt) por parte de sus protagonistas, especie de profetas de la sociedad de consumo con demasiado tiempo libre. Es verdad que todos, en algún momento de la vida, hemos hecho estupideces para matar el aburrimiento (yo, sin ir más lejos, insultaba al ayudante de office cuando no tenía a mano el half-life o el age of empires), pero lo de Fincher, Norton y Pitt, ya me parece la repera:
- Oye tío, esto es un coñazo. Me voy a casa.
- Espera, ¿no sabes lo que se celebra esta noche, en el almacén de la calle Falsa 123?
- No, no tengo ni idea. ¿De qué va?
- Bueno, no sé si debería contártelo. Se trata de una especie de club muy elitista, y la primera regla es que no debo de hablar de ello con nadie.
- ¡Venga, no me dejes con la miel en los labios! Ya has empezado a contármelo, no des ahora marcha atrás.
- Bueno, bueno, está bien, no te enfades. Te lo enseñaré. Pero no se lo cuentes a nadie, ¿ok?
- Vale, vale, tú mandas. Yo, chitón…
A la hora de ver películas como "El club de la lucha", uno no puede evitar sentirse tontito ante tamaña demostración de agudeza (en palabras de Brad Pitt) por parte de sus protagonistas, especie de profetas de la sociedad de consumo con demasiado tiempo libre. Es verdad que todos, en algún momento de la vida, hemos hecho estupideces para matar el aburrimiento (yo, sin ir más lejos, insultaba al ayudante de office cuando no tenía a mano el half-life o el age of empires), pero lo de Fincher, Norton y Pitt, ya me parece la repera:
- Oye tío, esto es un coñazo. Me voy a casa.
- Espera, ¿no sabes lo que se celebra esta noche, en el almacén de la calle Falsa 123?
- No, no tengo ni idea. ¿De qué va?
- Bueno, no sé si debería contártelo. Se trata de una especie de club muy elitista, y la primera regla es que no debo de hablar de ello con nadie.
- ¡Venga, no me dejes con la miel en los labios! Ya has empezado a contármelo, no des ahora marcha atrás.
- Bueno, bueno, está bien, no te enfades. Te lo enseñaré. Pero no se lo cuentes a nadie, ¿ok?
- Vale, vale, tú mandas. Yo, chitón…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
- A ver; consiste en zurrarse con el contrario hasta que uno de los dos quede inconsciente, o diga basta. Gana el que tenga los cojones más grandes… o las tetas.
- ¿Las tetas?
- Sí, es una larga historia (se toca un chichón de la cabeza). Pero cuidado, porque después de tus primeras sesiones, el líder te mandará deberes para casa. El otro día tuve que cabrear a un cura y perder la pelea adrede.
- Joder, que putada. Yo sólo espero que no me toque pegarme con algún descargador de fruta del Mercamadrid…
Aparentemente, se trata de una comedia negra en la que, a través de geniales frases y sentencias lapidarias, los personajes encuentran justificado el partirse la cara entre ellos. No, si en el fondo resulta muy sano, dicen. Tras 10 sesiones, tus abdominales adquieren la dureza de una tabla de planchar. Si me lo creo, oigan. El problema es que la cosa no acaba ahí, noooo, que más quisiéramos. De la noche a la mañana, el club de los machos ibéricos pasa a transformarse en una organización terrorista no-violenta (?!!!), con el loable objetivo de, primero, escandalizar al personal mediante prácticas “subversivas” propias de la kale borroka, y, posteriormente, igualar la riqueza de los ciudadanos americanos (¡que eso del capitalismo es muy malo!). Entre medias, Edward Norton corriendo de un lado a otro, más perdido que un pulpo en un garaje, o que un ingenuo espectador observando el tramo final de Fight Club. ¿Mi teoría? Que para entonces, a los artífices del filme se les han agotado las ideas, echando por tierra gran parte de los logros conseguidos previamente.
Pobre Fincher, ingenuo Fincher, megalómano Fincher. No pretendía enmendarle la plana a Hollywood con planos imposibles y un argumento de rompe y rasga, sino enmendarnos la plana a 2.000 millones de occidentales. No se conformaba con entregar un producto ágil, vistoso, divertido e inteligente; tenía también que hacernos partícipes de un mensaje manipulador y trasnochado, incluso a costa de convertir la agilidad en reiteración, la vistosidad en efectismo y la diversión en sopor. ¿Y qué ha ocurrido con la inteligencia? Ni idea; tal vez el guionista quiso participar y acabó con la cabeza rota por algún hooligan.
- ¿Las tetas?
- Sí, es una larga historia (se toca un chichón de la cabeza). Pero cuidado, porque después de tus primeras sesiones, el líder te mandará deberes para casa. El otro día tuve que cabrear a un cura y perder la pelea adrede.
- Joder, que putada. Yo sólo espero que no me toque pegarme con algún descargador de fruta del Mercamadrid…
Aparentemente, se trata de una comedia negra en la que, a través de geniales frases y sentencias lapidarias, los personajes encuentran justificado el partirse la cara entre ellos. No, si en el fondo resulta muy sano, dicen. Tras 10 sesiones, tus abdominales adquieren la dureza de una tabla de planchar. Si me lo creo, oigan. El problema es que la cosa no acaba ahí, noooo, que más quisiéramos. De la noche a la mañana, el club de los machos ibéricos pasa a transformarse en una organización terrorista no-violenta (?!!!), con el loable objetivo de, primero, escandalizar al personal mediante prácticas “subversivas” propias de la kale borroka, y, posteriormente, igualar la riqueza de los ciudadanos americanos (¡que eso del capitalismo es muy malo!). Entre medias, Edward Norton corriendo de un lado a otro, más perdido que un pulpo en un garaje, o que un ingenuo espectador observando el tramo final de Fight Club. ¿Mi teoría? Que para entonces, a los artífices del filme se les han agotado las ideas, echando por tierra gran parte de los logros conseguidos previamente.
Pobre Fincher, ingenuo Fincher, megalómano Fincher. No pretendía enmendarle la plana a Hollywood con planos imposibles y un argumento de rompe y rasga, sino enmendarnos la plana a 2.000 millones de occidentales. No se conformaba con entregar un producto ágil, vistoso, divertido e inteligente; tenía también que hacernos partícipes de un mensaje manipulador y trasnochado, incluso a costa de convertir la agilidad en reiteración, la vistosidad en efectismo y la diversión en sopor. ¿Y qué ha ocurrido con la inteligencia? Ni idea; tal vez el guionista quiso participar y acabó con la cabeza rota por algún hooligan.