La película no iba bien (no es que fuese mal, pero no iba bien). Un remedo de 'El culebra' y 'El cabeza' pero sin la gracia de 'lo nuevo'; admitiéndoles, eso sí, una gran capacidad de memorización/improvisación capaz de mantener un plano secuencia dialogado de casi 10 minutos sin que se observe ningún fallo evidente. A partir de esa escena, la película da un giro en todo (de registro, de género, incluso, de protagonista) pues, si hasta entonces eran 'el Chispa' y Cristo quienes la llevaban, aunque las mejores escenas, por oficio y grandeza ante la cámara eran de Dechent, Daniel Mantero se hace dueño y señor de la acción con un personaje que, si bien en su aparición se muestra como alguien pusilánime, conforme pasan los minutos se crece en una espiral de desasosiego, incomodidad y repulsa sin el histrionismo propio de la locura. Ver como relata sus 'hazañas' con la misma naturalidad que quien cuenta el último fin de semana en el camping da repelús.