"Big Fish" es un homenaje a los cuentos y a los cuentistas. Una reivindicación de la imaginación y la fantasía. Una parábola sobre la muerte y la memoria, y particularmente sobre la huella que dejan en la memoria los seres queridos que se marchan. Lógicamente, y como todo cuento que se precie, es algo disparatada, algo simple en su descripción de los personajes, y algo sentimental. Pero es bonita, es imaginativa, es emocionante. Consigue que uno, al verla, se sienta en algún momento como un niño que escucha un cuento. Y que en algún otro momento uno recuerde con cariño a alguna persona que ya no está. Y a ratos hace reír. Y nunca aburre, a pesar de durar más de dos horas.
Todo lo demás, si la estética es demasiado convencional para lo habitual en Tim Burton, si Ewan McGregor está más o menos expresivo, si algunos pasajes de la historia no son en absoluto creíbles, es lo de menos. "Big Fish" funciona perfectamente como lo que es: un cuento. Y un buen cuento no necesita ser creíble, ni coherente, ni mantener la línea habitual de su autor. Un buen cuento necesita entretener todo lo que dura, sorprender al menos un poco, divertir aunque sea a ratos, y emocionar, aunque sea cuando termina. Y todo eso lo consigue "Big Fish" magníficamente bien.