En mi ciudad hay muchos bares. Muchos. Y cuando yo era joven había muchos más aún. Y en aquellos tiempos mozos unos amigos y yo pergeñamos la peregrina idea de pasarnos 24 horas seguidas sin parar de beber, en 24 bares cuidadosamente seleccionados porque nos gustaban, porque eran baratos, porque estaban en el barrio o porque como nos conocían era menos probable que nos echaran a ostias si desfasábamos demasiado. Pasamos semanas ahorrando para la ocasión, reclutando a los más valerosos borrachos de entre el grupo de colegas, diseñando minuciosamente el plan ("a las 7 y media la mañana unos carajillos donde el Pumi, a las 8 y media empezamos a orujos donde Mari Jose, a las 9 y media..."). Cuando llegó el día estábamos pletóricos, a las 7 y media de la mañana trasegando carajillos como si se fuese a acabar el mundo. Como si fuésemos a realizar una hazaña importante o algo. Las 24 horas, los 24 bares. Ni que decir tiene que no completamos nuestra epopeya. Hacia las 5 de la tarde no quedaba ninguno en pie, y por hacer más corta la historia solo diré que nuestra salud tanto física como mental y nuestra ya de por sí no muy brillante reputación se vieron dañadas seriamente.

Y sin embargo, recuerdo aquel día como uno de los más memorables de mi vida.

Cómo no simpatizar entonces con esta película, protagonizada por personajes tan descerebrados como yo mismo. Cómo no sonreír al ver en el arranque de este filme plasmado un planteamiento tan demencial como nuestra idea de entonces. Cómo no identificarme, un poco al menos, con ese grupo de amigos que ya no lo son tanto y cuyas hazañas fueron en realidad desastrosas cogorzas. "No estoy solo en el mundo", pensaba. "Hay gente igual de ida de la olla que yo". Qué emoción.

Después llega la parte de los extraterrestres, claro, la acción apocalíptica, el último tramo lleno de efectos especiales aparatosos y demás. Y aunque no me convenció tanto como la primera mitad de la película, qué queréis que os diga, me resultó divertida también. Y está técnicamente bien hecha. Y el reparto hace lo suyo bastante bien, encabezado por los amiguetes Simon Pegg (aquí el colgao que sigue empeñado en las hazañas borrachiles de antaño) y Nick Frost (aquí el alcohólico reformado y serio) que como siempre se compenetran a la perfección.

Un cóctel abigarrado y de sabor peculiar pero refrescante que mezcla humor chorras, exaltación de la amistad, acción y ciencia ficción añadiéndole unas gotas de drama y un buen chorro de homenaje al borrachismo y la golfería.

¡Salud!