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Voto de Maese Huvi:
9
7,4
11.075
Drama. Romance
Después de rodar una película en Hiroshima, una joven actriz francesa pasa su última noche en un hotel, en compañía de un japonés. Son dos desconocidos, pero lo que podría ser la fugaz aventura de una noche se convierte en un intenso idilio que hace que ella rememore un amor imposible vivido en Nevers (Francia) unos años antes. La relación amorosa se convierte entonces en un proceso introspectivo a través del cual la mujer reconstruye ... [+]
9 de octubre de 2008
43 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hiroshima mon amour es una de las más grandes películas de todos los tiempos, construida sobre uno de los mejores guiones de la historia del cine. Y esa es una de sus claves: el soberbio guión, la palabra convertida en pilar. Pero no sólo la palabra, también la imagen que se une a ella y la eleva. Imagen y palabra, fotografía y poesía, tan frecuentemente separados o artificial y grotescamente ensamblados, se funden auténticamente para darse sentido mutuo y crear sobre las ruinas de un mundo que se descompone, retratando casi a la perfección esa descomposición (putrefacción) del mundo y de la vida, negados y reducidos al olvido.
Esa unión de imagen y palabra ese asemeja a la de la pareja protagonista, tan alejados uno del otro, pero también unidos por una experiencia lejana (en el plano espacial, temporal y de significado) pero que es y se siente común. Nevers-Hiroshima. Ya en el comienzo (quizás los quince minutos más demoledores, pero también más hermosos del cine) se intuye esa relación, cuando los amantes hablan mientras se suceden las imágenes de muerte: -“Tu no has visto nada de Hiroshima. Nada. -Lo he visto todo. Todo.” Ella ha vivido Hiroshima sin vivirlo. El acontecimiento que irrumpe e interrumpe la vida se da más allá de su explosión espectacular. Allí donde todo es dolor, soledad, allí donde la vida ha acabado y nace otra cosa. Algo que hay que exorcizar, cubrir de olvido no para seguir viviendo, sino para sobrevivir. Aquello que ni tan siquiera se puede nombrar. Una experiencia colectiva (Hiroshima) o individual (Nevers), pero que se igualan en el sentido de que quien la ha vivido no puede siquiera nombrarla. Y todo lo que acontece desde entonces es sólo una representación de lo que dejó de ser. Es la muerte perpetuada.
Esa unión de imagen y palabra ese asemeja a la de la pareja protagonista, tan alejados uno del otro, pero también unidos por una experiencia lejana (en el plano espacial, temporal y de significado) pero que es y se siente común. Nevers-Hiroshima. Ya en el comienzo (quizás los quince minutos más demoledores, pero también más hermosos del cine) se intuye esa relación, cuando los amantes hablan mientras se suceden las imágenes de muerte: -“Tu no has visto nada de Hiroshima. Nada. -Lo he visto todo. Todo.” Ella ha vivido Hiroshima sin vivirlo. El acontecimiento que irrumpe e interrumpe la vida se da más allá de su explosión espectacular. Allí donde todo es dolor, soledad, allí donde la vida ha acabado y nace otra cosa. Algo que hay que exorcizar, cubrir de olvido no para seguir viviendo, sino para sobrevivir. Aquello que ni tan siquiera se puede nombrar. Una experiencia colectiva (Hiroshima) o individual (Nevers), pero que se igualan en el sentido de que quien la ha vivido no puede siquiera nombrarla. Y todo lo que acontece desde entonces es sólo una representación de lo que dejó de ser. Es la muerte perpetuada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La reflexión sobre la memoria y el olvido recorre toda la película, pero decir que es su único tema es hacerle poca justicia, es mucho más que una película sobre el duelo. El propio Resnais le resta importancia al pasado: “Yo mantengo que un film como Hiroshima, mon amour transcurre siempre en presente. Las escenas de Nevers son imágenes mentales de la protagonista, lo cual permite establecer la hipótesis de que sean falsas.” La cuestión primordial no es tanto la verdad o la falsedad de aquello recordado, el hecho de que realmente sucediese y lo hiciese de ese modo, sino la continuidad del trauma en el presente, su constante repetición que impide reaccionar y condena a una vida ajena en la que el olvido se convierte en el único mecanismo de defensa ante el dolor. El dolor como única posibilidad. El miedo. El horror a un presente del que se espera siempre (por la propia experiencia que se tiene de la historia, por la memoria) lo peor. Nos vemos, pues, enfrentados al mayor de los terrores, ejemplificado por el miedo a la repetición de Hiroshima, a la bomba nuclear, a la destrucción del mundo, pero que puede ser (y es) el miedo a cualquier otra de las condenas a que nos somete el régimen de la mercancía: miedo al aire que respiramos o a lo que comemos, miedo a no encontrar nunca el amor o a vivir una vida que no conduce a nada). La nada. La nada de una sociedad construida sobre la nada. La falsedad de todo cuanto vivimos aunque lo estemos viviendo y seamos conscientes de su realidad. La vida como olvido de la vida.
Como supieron ver los situacionistas en su momento, Hiroshima mon amour es una película que muestra sin rubor esa angustia vital (en el sentido más material del término) en la que sobrevivimos, es la cámara que recorre la desolación, la derrota a que nos reduce de la sociedad moderna: “El rasgo fundamental del espectáculo moderno es la puesta en escena de su propia ruina. La importancia de la película de Resnais, concebida seguramente al margen de esta perspectiva histórica, es añadir otra nueva confirmación.” (IS #3). Pero la ruina sigue en pie (no cayó como auguraron los situacionistas), perpetuándose, sepultándonos en vida. Por eso, a pesar de los muchos años transcurridos, la película de Resnais sigue estremeciendo, conmoviendo y golpeando sin ninguna piedad. Esperemos que algún día deje de tener significado, no por incomprensión de su furioso lenguaje poético (lo que por desgracia ya está sucediendo), no porque deje de ser nuestro ese grito desesperado a favor de la vida, sino porque todo eso pertenezca definitivamente a un pasado que no volverá. Entre tanto jamás hemos de olvidarla, pero tampoco hemos de resignarnos, como no se resigna el amor de Eiji Okada por Emmanuelle Riva.
Como supieron ver los situacionistas en su momento, Hiroshima mon amour es una película que muestra sin rubor esa angustia vital (en el sentido más material del término) en la que sobrevivimos, es la cámara que recorre la desolación, la derrota a que nos reduce de la sociedad moderna: “El rasgo fundamental del espectáculo moderno es la puesta en escena de su propia ruina. La importancia de la película de Resnais, concebida seguramente al margen de esta perspectiva histórica, es añadir otra nueva confirmación.” (IS #3). Pero la ruina sigue en pie (no cayó como auguraron los situacionistas), perpetuándose, sepultándonos en vida. Por eso, a pesar de los muchos años transcurridos, la película de Resnais sigue estremeciendo, conmoviendo y golpeando sin ninguna piedad. Esperemos que algún día deje de tener significado, no por incomprensión de su furioso lenguaje poético (lo que por desgracia ya está sucediendo), no porque deje de ser nuestro ese grito desesperado a favor de la vida, sino porque todo eso pertenezca definitivamente a un pasado que no volverá. Entre tanto jamás hemos de olvidarla, pero tampoco hemos de resignarnos, como no se resigna el amor de Eiji Okada por Emmanuelle Riva.