En el altar del culto sin duda ha ganado una posición inconmovible esta encantadora e inclasificable The Wicker Man. Y si existiera el género 'películas raras' también hallaría de pleno derecho un lugar allí. (Por cierto, ese género sí existe para mí, y aloja títulos muy amados como Wake in Fright, Mulholland Drive, The Tenant, entre otras, y es quizás mi género favorito.)

Película irrepetible -como todas las de su clase-, el director Robin Hardy parece haber incurrido en el cine más que nada para crear esta obra. La trama discurre alrededor de cuestiones religiosas, y desarrolla una suerte de guerra santa en pequeña escala. La acción tiene lugar en una idílica isla escocesa cuyos habitantes sostienen un antiguo culto pagano. Y quiere la casualidad (?) que debe arribar a ese lugar -con motivo de una denuncia anónima sobre la desaparición allí de una niña-, el correcto, formal y puritanísimo Sgto. Howie (buen Edward Woodward). Muy pronto la moralidad acendrada del atildado policía -siempre impecable en su uniforme de servicio- se verá conmovida por las bizarras costumbres observadas en la isla, por el desparpajo y liberalidad en el uso sexual y las referencias incluso groseras a esos asuntos, ritos extraños y enseñanzas impropias en las escuelas, magia curativa, creencias primitivas y hasta la insinuación de prácticas siniestras. Mientras el buen Howie asiste con desazón e impotencia a toda esa barbarie, los lugareños parecen estar jugando cruelmente con él y reservándole un destino atroz.

Film visualmente encantador, de abigarrado colorido y grandes exteriores, combina el suspense con el humor, la intriga y el absurdo. Su notable banda sonora lo posiciona incluso en el género musical. Hipnótico y deslumbrante, llega a su clímax en uno de esos finales de antología que dejan una huella pictórica inmarcesible en la memoria.

Uno de esos filmes de visionado necesario y obligado para todo cinéfilo que se precie.