El retrato de Calígula que nos ofrece Brass es excesivo, pero no en un sentido enriquecedor. Da la impresión de que, lo que falla en la película, es cómo está dirigido Malcolm McDowell, pues parece más una caricatura que un personaje con una profundidad psicológica. Calígula se asemeja más a una marioneta rebelde, que a un ser humano con la trascendencia que este tuvo en la historia. Esto es si cabe más criticable cuando la duración casi alcanza las tres horas, puesto que, a medida que avanza el tiempo, no notamos evolución alguna en la interpretación de McDowell: tiene episodios de más ira, sí, pero a su vez, parece un personaje sin demasiados matices, fácil de comprender (ya que su manera de actuar es siempre parecida) y esto resta interés a una película que podría haber sido mucho más si esto hubiese sido de otra forma. Por lo demás, el film sí nos sumerge en ese mundo demencial romano en el que el arte, el sexo y la muerte formaban estaban a un mismo nivel.