Shame es amargura y patetismo, un cocktail de emociones salvajes y oscuras. Las más bajas pasiones del ser humano se proyectan sin remilgos durante las casi dos horas de duración de un filme, que no duda en trasmitir la soledad del personaje central en la inmensidad de la gris Nueva York. Arrebatadoramente visual, magnética, con unos planos magistrales, no quedan atras las profundas interpretaciones de sus protagonistas, en cierta forma minusvaloradas por una crítica que no ha sabido valorar más allá de la crudeza y bestialidad en cierta forma de la historia. Michael Fassbender es un titán. Muchas incluso podrían encontrar un doble sentido en esta frase, que desde luego, no puedo negar.