Una película de aventuras. De cazadores de tesoros, de ladrones y bandidos, de persecuciones, de objetos valiosos, de mapas, de pistas... La película merece un visionado para cualquiera a quien le gusten estos ingredientes.

Porque, francamente: se la puede acusar de todo. De tópica, de absurda, de confusa, de inverosímil, de repetitiva, de simple, de plana, de irse por las ramas... pero no de aburrida.

¿Los actores? Cumplen más o menos su función. No puedo decir que sean buenos, pero tampoco que sean malos. Nicolas Cage y Jon Voight hacen sus papeles de siempre. Diane Kruger se luce más por guapa que por buena. Sean Bean hace lo que puede.

¿El argumento? Los protagonistas buscando pistas y objetos, resolviendo puzles y descifrando el mapa de un gran tesoro. Hay un malo que, a diferencia de ellos, no tiene escrúpulos.

¿Trasfondo emocional? La historia del buscador de tesoros adquiere aquí una dimensión de padre e hijo y de estigmas familares, pero no llega ni muy lejos ni muy profundo. Toca pero no agarra.

¿Y lo malo? Seamos sinceros: a la película le sobran muchas, muchas estupideces e incluso una cierta dosis de patriotismo. Son cosas puntuales, pero llaman mucho la atención. Y no, no falta cierta publicidad de determinados museos ni lugares turísticos.

La película es una mezcla entre "Indiana Jones" y "El Código Da Vinci", y mezcla el cine de arqueólogos con el de ladrones. Ojalá las demás películas producidas por Jerry Bruckheimer fueran así de entretenidillas.