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España España · Madrid
Voto de paki:
8
Cine negro. Drama Nueva York, año 1934. Christopher Cross es un simple cajero, infelizmente casado, cuya única pasión es la pintura. Una noche conoce a Kitty March, una atractiva buscavidas de la que se enamora y le hace creer que es un pintor de éxito. La chica y su novio Johnny, un tipo sin escrúpulos, aprovechan la ocasión para intentar explotar al pobre hombre, pues creen que sus cuadros valen mucho dinero.
(FILMAFFINITY)
11 de abril de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Perversidad tiene dos significados en el Diccionario. El que es sumamente malo y causa daño intencionadamente disfrutando con ello.

Esta es una peli de perversos. De diferentes grados, pero todos culpables. Y un prototipo de cine negro. Todos negros. Y como el chocolate bueno, ninguno baja del 70%. Hay dos negros negrísimos, tan amargos que repugnan. El peor, la esposa, porque es una sádica gratuita; no saca nada con torturar y humillar al marido al que agrede constantemente. El resultado es la completa anulación del marido. Se considera un fracasado y transige con el maltrato continuado. El segundo en la escala perversa es el chulangano de ella. Un ser sin moral que explota a una mujer a su conveniencia. Usa la violencia contra ella para marcar su territorio y definir su límite de dominación vejando físicamente a su víctima. Lo hace por dinero, lo que no lo hace menos sádico aunque sí le da una motivación justificativa e injustificada.

La tercera (aunque dudo entre los dos puestos finales) es la mujer. Como el busto romano, es una hermosa cabeza pero sin seso. Funciona por puro instinto. Sexual con el que la domina. Depredatorio con el que se deja dominar. Todo muy animal. Tiene la astucia justa para vivir hasta el día siguiente pero la estupidez para perder la vida por estúpida. Su nivel de perversión es infantil. Causa daño intencionadamente pero en el peor momento y con el peor motivo. Es verdad que cada vez es más fascinante porque nunca sabes el grado de malicia o de estupidez que va a salir de sus hermosos rizos.

El último, creo, es Cris Cross. Que suena como un aperitivo de gusanitos o algo así. Muy poca cosa. Empiezas teniéndole ternura cuando conoces a la hidra con la que se ha casado, pero su falta total de dignidad y de autoestima te sacan de tus casillas. Su comportamiento de felpudo frente a su verduga es indignante. No es que el delantal le siente como a un santo dos pistolas, es que tiene el retrato del otro marido tres por cuatro en la salita; quiere tirar sus cuadros que es su única vía de escape por pura maldad, en un nivel de perversidad máximo… Inaguantable.

Pero la verdad es que se retroalimentan todos. La mujer que se deja maltratar, el hombre que se deja humillar, provocan una espiral de odio y de desprecio que contaminan toda la película. Es cine negro porque hay asesinatos y dinero sucio. Y una chica guapísima, bastante fatal. Y un malo muy malo y un bueno muy tonto. Pero hay una corrupción (ese es el segundo significado que le da el diccionario) bastante pestilente que lo inunda todo. Fritz Lang es un genio, el meollo del mal rollo, el tío es bastante perverso porque te lo enloda todo, y ¡tan bien! que te olvidas que es una peli, y unos arquetipos, que la calle Escarlata es un decorado, que los charcos son de pega y la farola también. Que la madrugada parece muy siniestra porque tiene unos encuadres rarísimos y bajar al bar de la esquina parece meterte en el sótano del infierno. Y las casas parecen moteles donde estás deseando pirarte y hay desorden por todos lados y platos que nadie friega (bueno, sí: Edward G. Robinson) y Joan Bennett hasta escupe…

Qué sórdido, negro y perverso es todo. Y tú, como espectadora, eres de lo peor. Has perdido la ética en cuánto aparece la esposa con la faja Sorex y piensas lo maravilloso que sería estrangularla con el cinturón del delantal. Él también lo ha pensado, sí. Y en cómo borrarle la sonrisa al macarra rubio sin que parezca un accidente. A lo bestia. Como él. Y leerle la cartilla a Joan para que estudie mecanografía y se ponga de secretaria con un tal Marlowe. Philip. Y a Cris Cross, que se cambie el nombre y la cara porque se parece mucho a los de los carteles más buscados del FBI. Que hagan algo, por Dios, para salir de esa degradación humana.

En fin, que el cuerpo perverso te pide matar o que, al que se atreva a hacerlo, no lo pillen jamás. Porque te repatea el cargo de conciencia del justiciero (entre comillas, que no se te olvide que ha asesinado, Paki, por Dios) Pues sí, te parece un mal final. Aunque, si lo miras bien, Fritz Lang es un genio. Desde el principio te avisó que no había inocentes ni culpables, ni víctimas ni victimarios, sino cobardía, sadismo y estupidez. Perversidad y bajos instintos. Negritud.

Lo último: aunque el pobre Edward G. Robinson se había ganado el cielo con la mujer, se condenó en el infierno por la mujer que quería. Mal día para recuperar el orgullo y la dignidad. Todo esto se lo hubiera ahorrado si fuera admirador de Sabina: “¡pero qué hermosa era! ¿ustedes me han mirado? Pedirle además que me quisiera, ¿no les parece que era pedirle demasiado?”
paki
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