Debió ser apasionante seguir en su época las escandalosas investigaciones de Freud. El "cristóbal colón" de los psiquiatras. El pionero y descubridor de la frontera más amplia, oscura y desconocida que se hubiera explorado hasta ese momento, como era la mente humana. Y con la intención de sacar a la luz todo lo que encontrara, por muy peligroso, turbulento, conflictivo e impopular que fuera. Que lo fue.

El lado oscuro que entrevió era difícil de asumir para todo el mundo. Una trastienda de complejos, traumas, impulsos y deseos relacionados con el sexo, que siempre habían vivido enterrados en cada uno y que no tenían nada que ver con la "normalidad", entre comillas, a la que aspiraban. Mucho de lo que descubrió les pareció patológico y propio de locos de atar, que era el tratamiento más común para los enfermos mentales. Y nadie quiso sentirse identificado con la escuela del psicoanálisis de Freud y sus estudios sobre la sexualidad sin tabúes, sin mordaza, leyes humanas ni convenciones sociales.

Carl Jung fue el alumno aventajado. El discípulo que adoraba a su maestro como a un padre. Y el médico lúcido y bien situado en la sociedad que soñaba Freud como su sucesor. Hasta que Sabina Spielrein, una paciente cualquiera, se cruzó en su camino y se convirtió en el "catalizador" que, hasta cierto punto, le cambió la vida.

Ella era una mujer perturbada y perturbadora que, a través de una terapia mutua, le enfrentó con el hombre que verdaderamente era, mientras ella se liberó y aceptó su cuerpo, el placer y el deseo tal como lo sentía.

La película cuenta, en una ambientación perfecta de esa época apasionante, el encuentro y desencuentro de esas tres personas, que resultó tan revelador como un psicoanálisis. Sigmund, Carl y Sabina, sin apellidos ni profesión, se encontraron con su propia verdad y su auténtico yo. Sigmund descubrió que era capaz de envidiar la posición económica de Jung y la mezquindad de hacerle daño conscientemente. Carl supo que, además del médico brillante, había un hombre cobarde y un hipócrita social, y un “filisteo” con su esposa que lo mantenía. Y un mojigato y un místico iluminado alejado de su formación científica. Y Sabina, que había sido tan valiente y había sufrido tanto, se dejó llevar por la corriente de los acontecimientos, cambiando su verdad intima por la paz exterior.

Tanto trabajo para nada. Tanta inteligencia, conocimientos y experiencia para acabar escondiéndose detrás de ellos y fingir que eres un hombre “normal”, sea lo que sea eso… A lo mejor la actitud más sana y coherente sea el consejo de un loco: “no pases nunca por un oasis sin detenerte a beber…” Ni más ni menos…