Lleno de perversión y violencia, el mundo de Kanako no resulta digerible por todos los estómagos. Reina la sinrazón y, sin embargo, todo tiene sentido. La película puede ser vista desde múltiples ángulos y desde todos ellos el asunto funciona. Nipona hasta la médula, su trepidante y lírica realización, un guión sólido, buenas interpretaciones y su total ausencia de tedio dan como resultado un cóctel amargo pero irresistible. De la amargura se encarga la propia historia, lo demás, como se ha dicho, es una delicia.
Koji Yakusho vuelve a ofrecer una actuación memorable y del resto ni queja, todo el mundo está muy bien, los orientales han sabido taimar sus sobreactuaciones y, por lo que a esta historia respecta, la cosita no está para florituras. El cuento es cruel y directo, los protagonistas se encargan de transmitirlo.
Como si Shakespeare resucitado hubiera escrito un Manga, este mundo salvaje, aparte de ofrecer un terrible relato, salpica múltiples pinceladas sobre las que reflexionar. De nuevo la desquiciada juventud japonesa, la corrupción de los adultos, el resultado de la combinación de ambos factores y la perversión inherente en el ser humano que algunos tildan de locura. La vertiente psicológica, más bien psiquiátrica, que se destila, es el tópico de que el origen de nuestros actos proviene de alguna anterior consecuencia. Al fin y al cabo todo tiene un por qué y aquí se cuenta con toda la crudeza de la que se pueda hacer gala, irracional pero justificada en todo el metraje.
El mundo de esta Lolita esquizoide hará que te sumerjas en unas turbulentas y oscuras aguas donde deberás mantener la boca bien cerrada para no tragar ni una gota. Podrías infectarte.