Todo lo inherente a Queen siempre ha sido, es y ha de ser grandioso, gigantesco a ser posible, épico. Desde el propio nombre de la banda hasta el infinito merchandising que han generado a lo largo de décadas, las cifras se tornan incalculables. Sus millones de fans, las correspondientes ventas, la propia concepción musical, la desbocada pero genial creatividad de Mercury, su firme decisión de conquistar el mundo.
El filón se ha explotado al máximo y, naturalmente, continuará. No albergo duda de que merecido lo tiene quien fue durante bastante tiempo la banda de rock más importante del planeta. La Reina reinó y su legado parece eterno. Viva la Reina.
La película, que a eso vamos, está dentro de esa línea del merchandising de Queen. Tenía que ser, ante todo, un placer para sus fans, y así ha sido, por lo que objetivo cumplido. Eso siempre es de respetar. Queen es una mina comercial y la película no iba a ser menos.
Dicho lo dicho ya se puede uno imaginar el tipo de producto ante el que estamos. No requiere mucho análisis ya que la superficialidad es el leit motiv de referencia. La película, un biopic al uso, no ahonda en nada de lo mucho que merece la pena de esta grandiosa banda. Musicalmente se limita a ofrecer grandes éxitos sin detenerse un segundo en procesos de creación o la genialidad en la composición de Mercury y May. Nada de cómo surgió la magia, de lo que costó parir "A night at the opera" cuando la banda estaba totalmente arruinada y saqueada por su primer manager. Aquí todo se pinta como un bucólico fin de semana en el campo donde todo surgía por la jeta y sin problemas. Este es el tono en general. Pero parece que el biopic no es de la banda, es de Freddie, ah vale, ¿entonces?, pues lo mismo. De nuevo el vuelo rasante incando en la crónica rosa y obviando aspectos esenciales de la vida y de la personalidad del divo. Casi diría que todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Créanme, esto es carnaza bien sazonada, placer fácil.
Y ya que estamos en desavenencias con la credibilidad del asunto, hablemos claro. No sé muy bien qué llevó a los productores a escoger al buen Malek para encarnar al gran Mercury. Lo más seguro es que sabían que no encontrarían a nadie nunca ni a la mitad de la altura y alguien tenía que ser. El chaval lo hace lo mejor que puede y lo hace bien, no se le puede pedir más, pero es que no te lo crees ni de espaldas. No se parece en nada, por mucha equina dentadura que le hayan implantado, sólo da el pego con las gafas de espejo en los pasajes de look gay y, en cuanto a transmitir la fuerza y energía de Mercury pues... qué quieren que les diga. En fin, alguien tenía que intentarlo, al bueno de Malek no se le puede reprochar nada. A destacar el parecido del actor que interpreta a Brian May, lo más conseguido en cuanto a casting en esta plana rapsodia.
Finalizando este recorrido por las llanuras, un botón de muestra. Lo poco que dedica la película a mostrarnos la parte libertina del modo de vida del divo son unos escasos minutos mostrándonos una fiesta en su mansión que bien podía ser la de tu hija pequeña el día de su cumpleaños con sus compañeros de clase. Ya no digo más, esta es la tónica.
Buenas las imágenes del multitudinario concierto final, espectaculares, y es que esta rapsodia bohemia, al fin y a la postre, contiene lo que tienen que contener este tipo de golosinas dulces para fans. Ante todo un precioso envoltorio. A Freddie, pese a lo que se evita contar de él, bueno y malo, se le trata con el debido respeto y admiración, no podía ser de otra manera o se habrían producido miles de incendios en cines de medio mundo provocados por esas legiones de incondicionales de todas las edades que tan bien se han portado en las taquillas y tan satisfechos abandonaban las salas.