El arte está por encima de los humanos y, aunque ello resulte paradójico, ya que por humanos es creado, la afirmación resulta cierta, de otro modo, no sería admirado. La razón de ello no concierne ahora, los artistas se elevan a dimensiones que , a veces, ni ellos mismos conocen, para crear resultados que a ellos mismos sorprenden.
Bajo esta premisa, en este caso la música, por encima de todo, se desarrolla un espléndido guión interpretado por un magnífico elenco que da como resultado una sorprendente película.
Las interioridades de un cuarteto de cuerda, un pequeño mundo formado por peculiares personajes, una perfecta mesa de cuatro patas en la que, si una falla, el resto del mueble se viene abajo. Un microcosmos de equilibrio tan delicado que sólo admite como aglutinante aquello que a todos les hace mirar al cielo, frenar en seco y respirar hondo, su sentimiento artístico, manteniendo al grupo unido pase lo que pase.
Al igual que el opus 131 de Beethoven, esta película tiene un ritmo y una cadencia perfectos, su juego de emociones dirigido con batuta maestra, enhorabuena a Yaron Zilberman, desconocido para mí hasta la fecha y, cómo no, interpretado sin pausas, tal y como su creador dispuso.
Un concierto para disfrutar de principio a fin.